La gran SIETE Año 2 N° 2 | Page 54

-la gran siete-

54

Por Lién Naom

Estudiante del Profesorado de Educación Inicial de la ENS N° 7.

EL VIAJE

Oscar Poltronieri vivía con Fabiana, su mujer, y sus dos hijos en un dos ambientes en la calle Anchorena. Trabajaba en una metalúrgica, su mujer era encargada en una panadería y sus hijos iban al Manuel Belgrano. Javier, el mayor, estaba en el último año y Nadia iba a tercero.

A Oscar le gustaba escuchar Radio Nacional tomando mate a la mañana, hacer el amor con su mujer a la noche y tomar un moscato a la vuelta del laburo en El Banderín. A Fabiana le gustaba comprar la revista Gente, mirar a las parejas bailando tango en la calle Florida y poner ramitos de flores en vasos de vidrio. Oscar no estaba seguro de qué le gustaba a sus hijos, los veía tarde, cuando llegaba cansado de trabajar y no le quedaban ganas de ponerse a charlar con ellos. Sabía que Nadia hacía patín y que Javier jugaba al fútbol con sus amigos. Los fines de semana quería estar tranquilo, mirar el partido o ir al bar con sus compañeros de trabajo. Todavía no podía creer que River había descendido a la B, y no se perdía ni un partido del millonario.

Oscar era sobreviviente de la guerra de Malvinas. Lo habían mandado a los 19 años. En ese entonces, soñaba con ser fotógrafo y viajar por el mundo. Cuando volvió de la guerra, lo único que soñaba era con olvidarla. Él sabía manejar armas desde chico, su papá le había enseñado. Por eso lo habían mandado al frente del 6º Regimiento de Infantería Mecanizado, como soldado a cargo de una ametralladora, con la que se recibió de héroe nacional. No le había contado nunca a su mujer de la guerra. Prefería mantenerla en el olvido.

Había mucho trabajo en la metalúrgica. Cada día llegaba más tarde, más cansado y de peor humor. El sueldo, sumado al sueldo de Fabiana, sólo les alcanzaba para pagar el alquiler y algunas cosas más. Los moscatitos cada vez eran más ocasionales y Fabiana se contentaba con leer la Gente en las salas de espera. Los días que llegaba cansado, no le hacía el amor a su mujer. Los días que llegaba de mal humor, sí. En esos días hacer el amor era un acto frenético, no buscaba ni su placer ni el de ella, buscaba descargarse para dormir mejor. Oscar se quedaba dormido instantáneamente, y Fabiana se quedaba con un sabor desagradable. Esas noches fumaba a escondidas de su marido desde la ventana de la cocina.

Un sábado, Fabiana le planteó que ya no podía más, que no estaba contenta. Que creía que se quería separar, estaba harta de la rutina. Le dio un ultimátum. A Oscar le cayó como un baldazo de agua fría. Discutieron toda la tarde, y Oscar le propuso mudarse a algún lugar más barato y buscar mejores laburos. Ese mismo día Oscar se puso a buscar alquileres en zona Oeste. Le deprimían hasta los nombres de las calles: “Camacuá”, “Pablo Simbrón”, “Carabobo”. Él no iba a vivir en ninguna calle con esos nombres. Se acordó de Hernán, su amigo de la infancia, que se había ido a vivir a Rosario. Lo charló con Fabiana y a ella se le iluminó la cara. Le dijo que le gustaba la idea, que estando allá tal vez podría abrir su propia confitería. Hacía unos meses había ocurrido la tragedia de Once. Su hijo mayor se tomaba ese tren todos los días. A Oscar le daba escalofríos pensar qué hubiera pasado si Javier hubiese estado en ese tren. Le gustaba la idea de irse a una provincia más tranquila, donde ese tipo de cosas no pasaban.

El viaje lo hicieron en un camión destartalado. Para los chicos fue una aventura, Oscar y Fabiana tomaron mate todo el camino.

Cuando llegaron a su casa nueva aparecieron algunos vecinos a saludar. Los ayudaron a descargar las cosas y se sentaron en la vereda, en un banco de cemento que tenía incrustados pedacitos de cerámica de colores.

Alberto, el vecino de al lado, se presentó y les presentó a Liliana, su mujer. Les contó a los Poltronieri que su hijo se había ido a estudiar a Córdoba porque ya había terminado la colimba. Oscar no entendió qué había querido decir Alberto. La colimba había terminado en el `94, tal vez era una expresión pueblerina. Se quedaron charlando largo rato. Al día siguiente, Fabiana fue a la carnicería del barrio. Compró medio kilo de paleta y el carnicero le regaló un imán con calendario. Lo pegó en la heladera porque le había gustado la imagen de la pareja bailando tango. La fecha era de 1981.

A Oscar lo contrataron esa misma semana en un taller mecánico. Él sabía algo de motores porque de joven ayudaba a su padre a arreglar el Renault Torino. En el taller le empezó a ir bien y le gustaba lo que hacía.

Una tarde llegó un hombre con un Torino impecable, como el que tenía su papá cuando él era chico.

-¡Qué lindo fierro! Lo tenés impecable- le dijo Oscar.

El hombre le contestó:

-Si, está nuevo, le hice 5000 kilómetros y le quiero hacer el primer chequeo.

-¿5000 kilómetros nomás?- preguntó asombrado mientras se asomaba por la ventanilla para confirmar con el cuentakilómetros.

Oscar no entendía lo que estaba pasando, pero algo le olía mal. Mucho no sabía de autos, pero estaba seguro de que el Torino no se fabricaba desde los ´80. Le dijo que se lo dejara, que él lo iba a revisar. Oscar buscó si el cuentakilómetros había sido manipulado, pero a simple vista parecía que no.

Esa noche le costó dormir. Dio vueltas en la cama, pensando en la guerra, en el auto y en las armas. Pensó en la colimba y en su padre. A la mañana siguiente decidió darse un gusto y fue al café de la calle principal a desayunar un café con leche con medialunas. El Clarín reposaba en la mesa vecina. “La URSS propuso un acuerdo mundial contra la bomba N” decía el título de una noticia. “Brillante faena de Maradona en el debut de la selección nacional”. Oscar no entendía nada.

-Disculpe, mozo, ¿qué día es hoy?

-Hoy es viernes, maestro- le dijo el mozo- ya arranca el fin de semana. No se olvide que el domingo juega Boca.

-Si, pero ¿qué fecha es hoy? ¿En qué año estamos?- volvió a inquirir Oscar.

-Hoy es 22, 22 de Agosto. Tiene que decir ahí en el Diario que tiene. Es de hoy.- El mozo se acercó a la mesa, buscó la fecha en el diario y la señaló con el dedo- 22 de agosto de 1981.

A Oscar se le vino el mundo abajo. Esto no podía estar pasando. En el `81 había cumplido los 18. Era el 2012, estaba seguro. No podía ser de otra manera.

-¿Quién es nuestro presidente?

- Roberto Eduardo Viola, antes fue Videla ¿se encuentra bien, Don?

Oscar estaba pálido. Dejó un puñado de billetes sobre la mesa y salió del bar. No se dio cuenta de que lo que había sacado de su bolsillo eran pesos ley. Empezó a caminar por las calles mirando alrededor. Vio los autos viejos que estaban nuevos, los carteles que habían quedado de marzo anunciando que Queen iba a tocar en el Estadio Gigante de Arroyito y las propagandas sobre la inauguración del Museo Municipal de la Ciudad de Rosario, del 24 de Agosto de 1981.

Oscar pensó que se estaba volviendo loco. Mientras se pellizcaba para ver si estaba soñando, le pasó por al lado a toda velocidad un Falcon verde que disipó todas sus dudas. No sabía qué hacer. Volvió a su casa y encontró a Fabiana mirando a Doña Petrona en “Buenas tardes, mucho gusto”, no en el plasma que habían traído de Buenos Aires sino en una Dayco. Fabiana tenía puesto un jean nevado y una vincha.

-¿Qué hacés así vestida?- se le escapó a Oscar. -Fabi, creo que me estoy volviendo loco. ¿En qué año estamos?

-¿Qué te pasa? Estamos en 1981. ¿Te sentís bien?

-Me voy a acostar un rato. Me da vueltas la cabeza.- dijo Oscar, y dio por terminada la conversación.

Oscar se metió en la pieza y no salió por el resto del día. Fabiana estaba preocupada, pero no lo quería molestar. Escuchaba ruidos adentro de la pieza y eso le bastaba. Oscar pensó, caminó, escribió, se recostó y pensó un poco más. ¿Cómo podía ser lo que estaba pasando? ¿Era todo imaginación suya? ¿Le tenía que contar a alguien o guardar el secreto? Miró adentro de su ropero y no reconoció su propia ropa. Vio entre sus cosas un Simón, el juego de memoria con 4 colores y sonidos. Él lo había tenido de adolescente. Decidió dejar las cosas como estaban y no decirle nada a nadie. Tenía miedo de que pensaran que estaba loco y lo internaran.

Ese año siguió trabajando en el taller. No lo sorprendió la asunción de Galtieri el 22 de diciembre ni las reuniones en Nueva York en febrero del `82 con el embajador del Reino Unido. Hasta que el 1ro de Marzo escuchó en la Radio Nacional el número de documento de su hijo Javier. Había salido sorteado para ir a la colimba. Sabía lo que se venía y tenía que evitarlo de alguna manera. Empezó a pensar si tenía algún médico conocido que le pudiera hacer un certificado. Intentó convencerlo a Javi, pero no había caso. Sus dos mejores amigos también habían sido sorteados y él quería ir. Oscar no podía hablarle de la guerra de Malvinas, no iba a tener sentido para él. Ahí recordó. Sus propias ganas de ir, sus amigos que también habían sido sorteados, su papá diciéndole que tenía que zafar, que buscara algún médico militar que le hiciera un certificado, que tenía que hacer algo para no ir. Se acordó del manejo de armas que tenía su padre y de la mudanza inesperada desde Mercedes hacia la capital. Miró a los ojos a su hijo y recordó la mirada de su padre. Se vio a sí mismo joven, en los ojos de Javier. Se dio cuenta de que la historia se volvía a repetir y él no iba a poder hacer nada para evitarlo.

Una piedra en el estanque