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Por Diana Dimant y Gladys Tedesco
Más allá de las prescripciones curriculares, las prácticas son motivo de variadas tensiones para los estudiantes. Implican reorganizar la vida personal y laboral para disponer de un mes de asistencia a una escuela y tiempo de trabajo individual y con otros. A esto se le suman los desafíos propios de la instancia, que traccionan un cambio de estado: abandonar la condición de estudiante para acceder a la de maestro practicante. Tal como sucede en un viaje, este tránsito implica dejar atrás lo familiar y conocido para aventurarse al encuentro de lo que aún no se conoce, y en esa exploración descubrirse a “uno mismo” siendo “otro”. Desde esta perspectiva, las prácticas significan un tiempo de pasaje identitario, y por lo tanto, un período de gran movilización, de cuestionamiento y revisión de los marcos de referencia, lo que involucra a la persona no solamente en el plano cognitivo sino también en el emocional (Andreozzi, 2011).
Con el fin de contribuir al debate sobre el sentido formativo de las prácticas y sus desafíos, el propósito de este artículo es compartir un proceso de trabajo que da cuenta de esta transición, a partir de recuperar relatos, evidencias, reflexiones entre una practicante y su profesora de taller.
Empecé el profesorado hace dos años, ya siendo maestra jardinera y con mucho deseo de conocer y convertirme en maestra de primaria. Habiendo transitado la escuela como esa gran institución con todas sus complejidades en el nivel inicial y con ansias de caminar las aulas de primaria, empecé a cursar materias del campo de las enseñanzas. Como todos los que hemos pasado por estas, o al menos desde mi punto de vista, comenzamos a empaparnos de teorías, enfoques, corrientes didácticas y pedagógicas. Pero también comenzamos a chocarnos con contradicciones. Algunas respecto a la propia biografía escolar y otras respecto a comenzar a pensarse en las aulas. Hablo de contradicciones porque durante este proceso en el que uno se apropia de contenidos, al implementarlos aparecen interrogantes sobre lo aprendido, afirmaciones, cambios de miradas y hasta aparecen nuevas preguntas. En este mar de materias, experiencias y proceso de formación, comienza la inscripción en los talleres. Primer choque en algún punto con todas esas teorías y conocimientos disciplinares que se van estudiando y se hacen cuerpo a la hora de pensar cómo darlos y entrar por fin a las aulas. Hacer estos talleres nos plantea la escritura procesual y final materialización de una secuencia, la investigación sobre el tema que toca enseñar, la observación en el aula, la preparación de materiales, el dictado de clases, entre otras cosas. Pero principalmente propone repensar continuamente la propia práctica.
Tal como expresa Diana los talleres conectan a los estudiantes con la práctica, desarrollándose en dos ámbitos: en la escuela asignada y en el Normal. En función de una tarea concreta de enseñanza en situaciones recortadas, el dispositivo permite abordar, en forma transversal, temáticas o problemáticas propias de la formación docente, priorizando la planificación, la gestión de la clase y la reflexión sobre las prácticas. Transitar en forma satisfactoria el taller, sin embargo, no resulta únicamente de la adquisición de conocimientos conceptuales, metodológicos y de escritura, sino que demanda al estudiante el desarrollo de ciertas capacidades personales: es necesario que pueda enfrentar la inseguridad que genera adentrarse en un campo novedoso, así como perseverar en la incertidumbre (ya que no hay certezas de haber realizado la tarea con éxito hasta casi el final de la instancia).
EMPIEZA EL VIAJE: LOS TALLERES COMO “CHOQUE”
Empecé el profesorado hace dos años, ya siendo maestra jardinera y con mucho deseo de conocer y convertirme en maestra de primaria. Habiendo transitado la escuela como esa gran institución con todas sus complejidades en el nivel inicial y con ansias de caminar las aulas de primaria, empecé a cursar materias del campo de las enseñanzas. Como todos los que hemos pasado por estas, o al menos desde mi punto de vista, comenzamos a empaparnos de teorías, enfoques, corrientes didácticas y pedagógicas. Pero también comenzamos a chocarnos con contradicciones. Algunas respecto a la propia biografía escolar y otras respecto a comenzar a pensarse en las aulas. Hablo de contradicciones porque durante este proceso en el que uno se apropia de contenidos, al implementarlos aparecen interrogantes sobre lo aprendido, afirmaciones, cambios de miradas y hasta aparecen nuevas preguntas. En este mar de materias, experiencias y proceso de formación, comienza la inscripción en los talleres. Primer choque en algún punto con todas esas teorías y conocimientos disciplinares que se van estudiando y se hacen cuerpo a la hora de pensar cómo darlos y entrar por fin a las aulas. Hacer estos talleres nos plantea la escritura procesual y final materialización de una secuencia, la investigación sobre el tema que toca enseñar, la observación en el aula, la preparación de materiales, el dictado de clases, entre otras cosas. Pero principalmente propone repensar continuamente la propia práctica.
Tal como expresa Diana los talleres conectan a los estudiantes con la práctica, desarrollándose en dos ámbitos: en la escuela asignada y en el Normal. En función de una tarea concreta de enseñanza en situaciones recortadas, el dispositivo permite abordar, en forma transversal, temáticas o problemáticas propias de la formación docente, priorizando la planificación, la gestión de la clase y la reflexión sobre las prácticas. Transitar en forma satisfactoria el taller, sin embargo, no resulta únicamente de la adquisición de conocimientos conceptuales, metodológicos y de escritura, sino que demanda al estudiante el desarrollo de ciertas capacidades personales: es necesario que pueda enfrentar la inseguridad que genera adentrarse en un campo novedoso, así como perseverar en la incertidumbre (ya que no hay certezas de haber realizado la tarea con éxito hasta casi el final de la instancia).
Tal como expresa Diana los talleres conectan a los estudiantes con la práctica, desarrollándose en dos ámbitos: en la escuela asignada y en el Normal. En función de una tarea concreta de enseñanza en situaciones recortadas, el dispositivo permite abordar, en forma transversal, temáticas o problemáticas propias de la formación docente, priorizando la planificación, la gestión de la clase y la reflexión sobre las prácticas. Transitar en forma satisfactoria el taller, sin embargo, no resulta únicamente de la adquisición de conocimientos conceptuales, metodológicos y de escritura, sino que demanda al estudiante el desarrollo de ciertas capacidades personales: es necesario que pueda enfrentar la inseguridad que genera adentrarse en un campo novedoso, así como perseverar en la incertidumbre (ya que no hay certezas de haber realizado la tarea con éxito hasta casi el final de la instancia).