en un susurro tembloroso, le pregunté qué pasaba. Ella me devolvió el susurro, pero el de ella era firme. Me dijo: -Tranquila, es mi tío, no pasa nada.
No terminó de decirme “nada”, cuando se escuchó un fuerte ruido de autos frenando, las luces de los coches se colaban por las cortinas del living.
De golpe todos los sonidos se apagaron, sólo podía ver las bocas de los padres de Clarita moverse, no entendía nada.
Recuerdo que Clarita me tomó del brazo, me sacó al jardín y me llevó hasta el cuartito del fondo. Ya dentro del cuartito me agarró la cara con las dos manos, apoyó su frente en la mía y con serenidad terminante, me dijo: Oíme, no importa que veas, no importa que escuches, esperá a que se haga de día para volver a tu casa. Y me arrastró hasta un modular de madera con puertas de vidrio. Entre las dos lo corrimos. Había un pequeño espacio entre el mueble y la pared.
Desde la casa se escuchaban gritos e insultos, yo me distraía, pero Clarita no. -Metete ahí, me dijo, y yo le pedí que se metiera conmigo. Ella me miró y susurró: - yo tengo que ir con mis papás, además alguien tiene que correr el mueble. No sé de dónde sacó la fuerza para correrlo. Yo trataba de tirar hacia mí inútilmente, como si mis manos fueran sopapas.
Detrás del mueble los sonidos eran sordos, pero llegaba a escuchar algunas voces. Habían entrado al cuartito, estaba segura. Escuchaba cómo revolvían todo y golpeaban las paredes.
En mi cabeza sólo sonaban las últimas palabras de Clarita. Mi cuerpo permaneció inmóvil hasta quedarse dormido, ahí, entre el pesado mueble y la fría pared de aquel cuartito.
El canto de unos pájaros me devolvió al día y tomando las fuerzas de mi amiga corrí el armario, el refugio, el que debía ser de Clarita, y salí del cuartito con mis pies entumecidos. Recuerdo que no me animé a atravesar la casa. Salí por el jardín a otro jardín vecino y me hice camino hacia la calle.
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Por Marcela Carranza, Camila Javes, y María Fernanda Miceli