Por Camila Javes
Estudiante del Profesorado de Nivel Inicial de la ENS N° 7
En la ciudad
de la furia
¡Qué mala suerte, che! Mirá que justo cuando me puse la camisa nueva tenía que venirme a manchar ese tipo con la moto. ¿Qué iban a decirme los gerentes? ¿Y si vuelvo a casa?, pensé. No, ya está.
Crucé Corrientes y Callao así como estaba, con un manchón de barro en la camisa por un tarado que agarró un charco así como venía. Claro que yo había bajado de la vereda antes de lo que correspondía, pero él es el que no sabe esquivar un bache.
¡Cada vez más gente en esta ciudad! ¿Por qué no se van a otro lado? Claro que yo no me puedo ir porque estoy bien posicionado en una empresa, ¡menos ahora que me van a ascender, bah, eso creo! Si Gonzalez Ruíz se jubila, el candidato seguro soy yo.
En fin, me compro una hamburguesa rápido y subo a la oficina de nuevo. ¡Ah bueno, cómo viene ese patrullero! Seguí caminando por Corrientes mano al obelisco cuando escuché un par de ruidos de explosión ¡No le falta nada a esta ciudad!, pensé. Pero claramente no podía detenerme a ver qué estaba pasando ni por qué la gente corría, aunque claro, la gente siempre corre acá. Doblé la esquina por Rodriguez Peña y me paré en la puerta para que me abriese el de seguridad, pero no estaba. Seguro se fue a comer, pensé. Toqué el timbre esperando que me abrieran desde adentro y nada, insistí, nada.
Por fin lo vi venir a Pérez Alzamendi por la otra esquina, así que lo esperé para que me abriera. Ni me miró, como de costumbre. Claro que ahora que trabaja con Morello se hace el importante, porque antes venía a manguearme puchos todos los días. ¡Ya va a ver! Entré sin mirarlo yo también y me metí en el ascensor. Piso uno, dos, tres, así hasta el sexto sin mirarme el pedazo de … Se abrió la puerta y la vi a Méndez que se estaba yendo a almorzar, la saludé y me devolvió el saludo igual que a Pérez Alzamendi, con la manito, casi corriendo.
Cuando me senté en el escritorio me puse con el trabajo de siempre, una pila de documentos que tenía que ponerme a mandar de un lado para el otro. Revisé el correo, ¡Cuarenta y tres mails en una hora, ¿será posible?! No tenía tiempo para todo.
No llevaba ni cinco minutos tipiando cuando escuché al gordo López cuchichear con Jiménez. No me lo iba a perder, mirá si hablaban del candidato.
- … Así que pobre, nunca se enteró de que le iban a dar el puesto. ¿Ves por qué te digo que uno no tiene que dedicarse todo el día a este trabajo de mierda?
- Y, pero uno qué sabe Manuel, además tuvo mala suerte. Tampoco es que todos los días pasan estas cosas.
- ¿A quién le iban a dar el puesto gordo? -Me asomé por el box, pero ni se inmutaron. ¡Dale, no te hagas el misterioso que sabes que yo estaba interesadísimo en la gerencia!
- Era buen tipo Ricardo, un poco obsesionado por el laburo, pero era buen tipo.
- ¿Eh, qué decís? - le grité, pero no me escuchó.
No podía ser. Ahora que lo empezaba a recordar, todo tuvo sentido. Salí corriendo al ascensor, pero no respondía a mi insistente llamado. No me quedaba otra que bajar por las escaleras. Cuando llegué a la esquina de Rodríguez Peña y Corrientes me empezó a temblar el corazón o lo que fuera. Me paré en seco delante del lugar de hamburguesas. Ahí estaba, tendido inerte, con los ojos abiertos cara al cielo, sin expresión en el rostro. Ni me había inmutado, como si nada estaba, cuando había pasado todo. Bah, cuando se había ido todo para mí, ahora sí que ya no tenía tiempo.
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Por Marcela Carranza, Camila Javes, y María Fernanda Miceli