-la gran siete-
Cuando me senté en el escritorio me puse con el trabajo de siempre, una pila de documentos que tenía que ponerme a mandar de un lado para el otro. Revisé el correo, ¡Cuarenta y tres mails en una hora, ¿será posible?! No tenía tiempo para todo.
No llevaba ni cinco minutos tipiando cuando escuché al gordo López cuchichear con Jiménez. No me lo iba a perder, mirá si hablaban del candidato.
- … Así que pobre, nunca se enteró de que le iban a dar el puesto. ¿Ves por qué te digo que uno no tiene que dedicarse todo el día a este trabajo de mierda?
- Y, pero uno qué sabe Manuel, además tuvo mala suerte. Tampoco es que todos los días pasan estas cosas.
- ¿A quién le iban a dar el puesto gordo? -Me asomé por el box, pero ni se inmutaron. ¡Dale, no te hagas el misterioso que sabes que yo estaba interesadísimo en la gerencia!
- Era buen tipo Ricardo, un poco obsesionado por el laburo, pero era buen tipo.
- ¿Eh, qué decís? - le grité, pero no me escuchó.
No podía ser. Ahora que lo empezaba a recordar, todo tuvo sentido. Salí corriendo al ascensor, pero no respondía a mi insistente llamado. No me quedaba otra que bajar por las escaleras. Cuando llegué a la esquina de Rodríguez Peña y Corrientes me empezó a temblar el corazón o lo que fuera. Me paré en seco delante del lugar de hamburguesas. Ahí estaba, tendido inerte, con los ojos abiertos cara al cielo, sin expresión en el rostro. Ni me había inmutado, como si nada estaba, cuando había pasado todo. Bah, cuando se había ido todo para mí, ahora sí que ya no tenía tiempo.
60
Elogio de las sombras. Reflexiones sobre el taller literario
-la gran siete-