adulto sumido en la desconfianza, el miedo, las palabras no dichas. Todo el relato de Fernanda girará en torno a ese contraste hacia un final donde ambos mundos: el de las niñas y el de los adultos, se encuentran trágicamente.
Cerró la puerta con doble llave, y puso la traba arriba y abajo, con movimientos coreografiados, claramente repetidos en ese orden cientos de veces. Lanzó un pequeño suspiro y se quitó el abrigo humedecido por la llovizna. Encendió la radio y puso la pava para el té. Doña Agripina nunca salía los domingos, pero esa mañana había sentido deseos de caminar por el parque y trasladar su lectura a uno de aquellos incómodos bancos de madera. De regreso a su casa, una tupida y fina lluvia la mojó lo suficiente para que sus pies y manos se convirtieran en témpanos. Tomaba el té, intentando entrar en calor, cuando sonó el timbre.
(Andrea Sucasas. Alumna ENS 7)
Así, que Doña Agripina cerrara la puerta con doble llave y dos trabas, y que este accionar fuera con movimientos coreografiados repetidos en un mismo orden cientos de veces no es un dato sin importancia para el lector. Puede serlo en una primera lectura, pero cobrará sentido una vez que se avanza sobre el texto, y mucho más en el final que nos revela una verdad insospechada. En el texto literario, en ese retirarse a la sombra que leer y que escribir implican, lo nimio, lo pequeño, lo intrascendente cobra especial interés y relevancia. Un lector es quien presta especial atención a los detalles, a lo singular. Podría decirse que un texto literario no se construye sobre verdades generales, ni hechos trascendentes. Como una explosión cósmica, el texto literario es lo pequeño que estalla para expandirse hacia lugares insospechados.
Alicia Genovese señala:
“Escribir poesía es negar el lenguaje como maquinaria que se coloca en piloto automático e impide acercarse a la compleja singularidad que plantea la experiencia con lo real. El lugar común, la metáfora congelada por el uso, el formato estrictamente codificado producen un borramiento de lo singular que tiende a tranquilizar la percepción en una secuencia repetitiva. La poesía desecha, o trabaja como inversión irónica, aquello que actúa normativizando la realidad dentro de casilleros donde el mundo es apenas algo más que lo de siempre.” 6
El lenguaje de la literatura, dice Genovese, nos permite acercarnos a la compleja singularidad que plantea la experiencia con lo real. A diferencia del lenguaje del lugar común, del slogan donde lo singular se borra por completo, y se nos tranquiliza mediante la repetición y lo previsto, mediante el enunciado de generalidades. El lenguaje de la literatura juega con lo imprevisto. Hay resistencia en el lenguaje de la literatura porque escapa al automatismo de la percepción. Lo que me propongo decir es que es en su diferencia frente a la instrumentalidad de unos enunciados cuyo objetivo es la transparencia y la claridad del mensaje, donde se encuentra el enorme potencial del lenguaje literario para la formación de lectores críticos, creativos y pensantes. Buscadores de un lenguaje personal que apele a la singularidad, que implique búsqueda y creación. Y que acepte lo inasible y lo relativo en contra de la certeza instalada como dogmática e impuesta por “los dueños del sentido”.7
Desde esta concepción los lectores son ante todo creadores.
En el taller descubrimos que la literatura es el lugar para la detención en los detalles. Aquello que parece nimio, que sobraría dentro de un lenguaje económico, en el texto literario es trascendental, suma intensidad, belleza y sentido.
Lenguaje poético y pensamiento
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Por Marcela Carranza, Camila Javes, y María Fernanda Miceli