protagonistas. Uno de ellos parecía calcado de las historias de Teresa. Entonces pensamos que podíamos narrar esas historias, y ponernos a pensar a partir del relato. Estaba claro que aunque las historias se parecieran, los caminos no necesariamente iban a ser los mismos. Mientras Teresa es Directora de una escuela y conduce un equipo docente, nosotros somos “aves de paso¨ y no podemos tomar decisiones sobre los chicos y chicas. Pero que la historia de un niño nos hiciera recordar una de las historias de Teresa nos habilitó a pensar, a hacernos preguntas y a imaginar alternativas de acción diferentes a las que la escuela propone, como lo hace ella en su Bitácora
Un maestro de escuela primaria, profesor también en la formación docente, toma la palabra y cuenta sus experiencias. Nos encontramos con las escrituras de Horacio Cárdenas, que invita a escribir sobre la práctica. Dice Cárdenas (2017), “Un registro es el resultado de escribir sobre una práctica. Es un texto que cuenta algo que sucedió en el tránsito de una experiencia - qué pasó, qué nos pasó – y junto con ello las propias impresiones e interpretaciones sobre eso que muchas veces –con suerte y viento a favor - derivan en explicaciones y fundamentos para esos aconteceres”2 . Sólo nos permitimos discutir con el autor el “con suerte y viento a favor”, convencidos de que esa narración pensada y reflexionada, siempre fortalecerá nuestras posiciones docentes.
Escribir, narrar, implica pensar. Como señala Jorge Larrosa (2003), las palabras producen sentidos, crean realidad, tienen fuerza propia. En palabras del autor “Yo creo en el poder de las palabras, en que nosotros hacemos cosas con palabras, y también en que las palabras hacen cosas con nosotros. Las palabras determinan nuestros pensamientos, porque no pensamos con pensamientos sino con palabras, no pensamos desde desde nuestra genialidad, o nuestra inteligencia, sino desde nuestras palabras (…) Y pensar es sobre todo, dar sentido a lo que nos pasa”.3
Las situaciones que inquietan o preocupan, aquellas frente a las cuales los estudiantes dicen “no saber qué hacer” o “no tener respuesta” tienen que ser pensadas, para construir esas respuestas o, al menos, para fortalecer nuestras posiciones docentes.
¿Pero cómo y cuándo las pensamos? En cada escena actuamos, respondemos con lo que tenemos, con lo que podemos, con lo que “nos sale”. Sin embargo, el valor de la narración es poder revisar, volver a pensar la escena y nuestras respuestas. La siguiente escena nos encontrará más expertos, más fortalecidos.. No porque la próxima vaya a ser igual, sino porque en esta nos dimos la oportunidad de pensarla y revisarla. Hanna Arendt decía que la acción es creadora de historias. Hacemos, actuamos, luego narramos y pensamos. Podríamos forzar la idea, y llegar a decir que mientras actuamos no tenemos presente lo que “sabemos” para actuar, pero cuando lo revisamos, narramos y pensamos, fortalecemos nuestras posiciones para seguir adelante, para la próxima escena en la que debamos actuar.
Valeria trajo esta historia a nuestro espacio de Bitácora. En su grado hay un niño que se va del aula, sale, “se escapa” en palabras de la maestra. Las primeras tareas que le pide la maestra a Valeria, en su función de maestra auxiliar, es “ir a buscarlo y traerlo al aula de regreso cada vez que se escape”. Así Valeria transita sus primeros días como maestra auxiliar, con un trabajo que la incomoda. Cuando lo trae al equipo, nos acordamos de Teresa Punta (2016) y los chicos de su escuela. Leímos el caso de Ayrton, del libro “Señales de Vida: una bitácora de escuela.” No buscamos copiar la fórmula pero sabíamos que la utilizada “se escapa, entonces hay que ir a buscarlo y traerlo” no estaba funcionando.
En palabras de Valeria: “El caso de Juan fue un desafío para mí desde el primer momento: quería entender las razones de sus enojos y salidas del grado, muchas veces de forma agresiva hacia sus compañeros/as. Intenté dialogar sobre lo que lo enojaba y traté de dilucidar el modo de ayudarlo. Algunas veces, a partir de pequeños juegos fuera del grado, fui buscando el modo de convocarlo para volver al aula y ayudarlo con sus tareas. Otras veces veía con quién estaba fuera del grado y me quedaba tranquila porque estaba bien. Juan trata con diferentes adultos de la escuela que lo contienen porque a veces no hay forma de convocarlo con las actividades del aula, ya que sólo le interesa usar su computadora o alguna de la escuela. En ese sentido, considero que mi rol también es el de ayudar a la maestra dentro de las tareas del grado, así que repartí mi tiempo en la escuela probando estrategias con cada uno/a de los/as chicos/as.
Las charlas y tratos con Juan siempre fueron muy cargados de emociones porque me contaba por qué no le importaban las tareas, que nadie lo quería, que quería irse de la escuela, que sus compañeros/as lo molestaban, sus vivencias en la Iglesia Universal, el CAI y cómo era su vida con su abuela y su tía. Yo lo escuchaba para tratar de calmarlo, a la vez que intentaba convocarlo con las actividades que estábamos haciendo en el grado y buscaba el modo de ayudarlo a desarrollar una mejor convivencia con sus compañeros/as. Una situación muy interesante se dio con Fernando, nuestro asesor de Prácticas del Lenguaje. Estábamos en la Biblioteca, Juan muy nervioso agarraba libros. Fernando se acercó a ver qué libros tomaba y a comentarle lo interesantes que eran. Juan le contó que se había ido del grado porque le resultaban difíciles los problemas de Matemática. Volvimos juntos al grado, Fernando de la mano de Juan y trabajaron un rato juntos con los problemas” (Notas de Valeria en la Bitácora)
Usted preguntará por qué contamos. Escritura colectiva de una bitácora
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