Yo me asomé por encima de su
hombro
y
observé
cómo
iba
surgiendo de los papeles arrugados
aquel adefesio ridículo vestido con un
trajecito azul que le dejaba al aire
una buena parte de las piernas y los
brazos de goma. La cabeza era de
un material duro y blanco y en el
centro de la cara tenía una estúpida
sonrisa petrificada que odié desde el
primer momento.