LA ECONOMÍA DE MÉXICO EN EL TLCAN: BALANCE Y PERSPECTIVAS FRENTE AL T VOLUMEN 19-LA ECONOMIA-VERSION DEFINITIVA-17-MAYO- | Page 174
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JAMES MARTÍN CYPHER
cipación minoritaria. Bajo la nueva norma de 1993, la cual fue el corazón
y propósito del TLCAN, en vez de imponer nuevas políticas de “libre co-
mercio” para así aumentar el comercio exterior, las inversiones directas de
los socios del TLCAN tuvieron preferencia en la compra de activos mexi-
canos e IED greenfield. La prioridad planteada por la nueva norma fue abrir
espacio para el incremento de la “producción conjunta”, principalmente
en la industria automotriz. Es decir, las plantas de ensamblaje cien por
ciento estadounidenses ubicadas en México serían la contribución de Es-
tados Unidos, mientras que la contribución mexicana sería la mano de obra
barata con sindicato blanco. Otra motivación de la nueva norma para el
Estado mexicano y sobre todo para el gran capital mexicano —especial-
mente para los conglomerados de Monterrey—, fue el acceso directo al
vasto mercado estadounidense. Sin embargo, el acceso mexicano fue para
Estados Unidos un asunto menor en relación con los beneficios que se
vislumbraban de la producción conjunta. Entonces: 1) atraer una ola de
IED que llenará el hueco dejado por la contracción del Estado en cuanto a
la inversión pública como consecuencia del régimen neoliberal, y 2) otorgar
posibilidades al gran capital mexicano de realizar economías de escala con
exportaciones crecientes desde sus instalaciones hacia Estados Unidos,
fueron los factores claves y determinantes para montar las nuevas institu-
ciones involucradas en la consolidación del mal nombrado “Tratado de
Libre Comercio”.
C APÍTULO ZOMBI NÚMERO 6 DEL TLCAN :
EL CAPÍTULO SOBRESALIENTE EN 1991
“El petróleo es el centro de los intereses geopolíticos de Estados Unidos en
la integración económica de América del Norte; uno de los principales ob-
jetivos de Estados Unidos en las negociaciones comerciales con México y
Canadá ha sido el de obtener acceso seguro a los recursos de petróleo de sus
vecinos” (Dillon, 1993:315). Sin duda alguna, lo escrito por Dillon en aquel
entonces fue una aseveración muy acertada. El proyecto de Estados Unidos
de privatizar Petróleos Mexicanos (PEMEX) había fracasado hasta diciembre
2013, cuando el presidente Peña Nieto firmó la legislación para desmantelar
las consolidadas políticas de nacionalización del sector energético.
En octubre de 1991, durante las negociaciones originales entre México y
Estados Unidos, en una reunión en Zacatecas, los representantes estado
unidenses fueron forzados a reconocer que el capítulo 6 del TLCAN —so-
bre la energía— era letra muerta (Cameron y Tomlin, 2000:XII, 36-37). Los
negociadores estadounidenses insistieron en que no era posible continuar