LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 80

Lucifer hubiera sido por arrogancia y orgullo apartado del camino por el Dios Padre, al igual que el hijo perdido del Evangelio, y creye- ron que el Día del Juicio caería de rodillas ante el Todopoderoso para pedir perdón. Este mito cosmogónico (no podría ser de otra manera) se basaba en que el mundo sería un lugar apartado de Dios y un lugar de sufrimientos, que solamente podría ser perfecto Cuándo el Dios-Espíritu eterno hubiera espiritualizado, divinizado y redimido al mundo, materia perecedera y sin espíritu. En aquellos herejes, que como se ha dicho constituían la excepción, ya había hecho su efecto la influencia debilitadora de la creencia en la redención cristiana, aunque con vestimentas no romanas. No necesito ocuparme de excepciones... La piedra fundamental de la cristiandad eclesiástica es la doctrina de Dios personal y de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. A este respecto, caen en profundas contradicciones las representaciones de Dios de los cátaros. Decían: nosotros, herejes, no somos teólogos, sino filósofos que primero buscamos la sabiduría y la verdad. Reconocemos que Dios es Luz, Espíritu y Fuerza. Si bien la tierra es manantial, sin embargo permanece ligada a Dios. Por medio de la Luz, el Espíritu y la Fuerza, ¿cómo podríamos el mundo y nosotros vivir, si el Sol no nos diera vida? ¿Cómo podríamos pensar y conocer, si no estuviera obrando dentro de nosotros nada espiritual? ¿Cómo podríamos buscar la verdad y la sabiduría, que son tan difíciles de encontrar, y empeñarnos en seguir buscándolas pese a todos los obstáculos, si no hubiese fuerza en nosotros? Dios es Luz, Espíritu y Fuerza. Y obra en nosotros. Dios es Ley y nos ha dado las leyes, pero, para nosotros, no aque- llas que Moisés, que tomó a una negra por esposa, dio a conocer desde la cima del monte Sinaí a los judíos. Nuestro código de Dios es el Cielo estrellado y la Tierra llena de los más variados seres vivos. De acuerdo con su Ley invariable, el Sol cursa su recorrido del levante al poniente por los doce signos del Zodíaco o, entre invierno y verano, hacia sus solsticios prescritos. Al anochecer abandona a