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(un ejemplo: desde el Cielo, donde está el Sol, cae un rayo a la
Tierra y la enciende. Esto es, por lo tanto, como bien se puede
decir, que el Cielo y la Tierra han engendrado el Fuego).
Hablé de la diosa Artemisa en esta región llamada Belissena: ella es
la Luna hembra. Por el Sol masculino, que pertenece al día, ella
nunca podrá ser tocada por la noche, permaneciendo, por lo tanto,
virgen; pero ya que en muchos aspectos ella se parece a él, se la ha
imaginado como su hermana gemela. Hembra divina es también la
hembra Tierra, que debe ser fecundada por el Sol masculino para
poder dar a luz al ser terrenal, y que es en sí el mismo amor en el que
ella espera al esposo solar. La diosa del Amor antes estuvo fijada al
Cielo, así pensaron los griegos, pero llegó a ser un ser especial. A
partir de aquí el hecho se puede explicar sin dificultad ya que,
finalmente, de la hembra-diosa saldrán muchas "diosas": la ma-
dre celestial Hera, la virgen Artemisa, la amante Afrodita y la
madre terrenal Deméter (los antiguos romanos las llamaron Juno,
Diana, Venus y Ceres). El tan difamado politeísmo de los pueblos
paganos pasa a verse totalmente diferente "observado a la luz".
Se le ha entendido equivocadamente, o, como creo, se le ha que-
rido interpretar erróneamente.
En la época del florecimiento del catarismo vivió en Sicilia un
prestigioso eremita de nombre Joaquín Flora. Pasaba por ser el me-
jor comentador del Apocalipsis según san Juan. Como las langostas
de las que habla el capítulo noveno del Apocalipsis, debió de haber
considerado a los cátaros, "que con la fuerza de los escorpiones salen
de las profundidades sin fondo al abismo". Ellos serán, arguyó Joa-
quín, en secreto, el mismísimo Anticristo, su poder aumentará y su
rey ya está elegido. En griego su nombre es ¡Apolión!
Apolo no puede ser otro más que Lucifer, a quien los herejes
provenzales llamaron Luzbel y a quien, como ellos creyeron, no se le
hizo justicia.
Los cátaros interpretaron la "caída" de Lucifer como la "suplan-
tación ilegítima del hijo primogénito, Lucifer, por el Nazareno".
Varios de ellos -que constituían la excepción- creían que, en efecto,