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las noches iluminadas por la Luna, la diosa aumenta, además
de al hermano luminoso, también a las plantas. Las mujeres,
cuya menstruación está sujeta a la regla lunar, permanecen bajo
su especial protección. Si a una mujer no le llega la regla,
entonces viene Artemisa inadvertidamente como Eileithya:
partera para la parturienta, y la asiste al venirle los dolores de
parto. Los romanos la veneraban como Diana, por este
motivo vieron en la Luna su astro de mayor confianza. Como
diosa del alumbramiento es, a la vez, diosa de la fertilidad.
Pero no en el sentido de esas hetairas libidinosas, como
representaba la sensualidad del Cercano Oriente a la
fertilidad. Aguardaba la casta al amado, para que él la
bendijera y la hiciera madre, objetivo máximo de toda hembra.
Los griegos también conocieron "una Artemisa maternal y
terrenal" semejante a la madre Tierra, Geméter o Deméter. De
ella sólo puedo decir algo luego de que haya afirmado, por
principio, lo siguiente: la Grecia temprana no oraba a "dioses"
personales, sino a poderes y fuerzas que imperaban en el otro
mundo, en este mundo y en el mundo abismal. Al Gran Padre, a
la Gran Madre...
Lo que César dice a los germanos en su Guerra de las Galías, que
ellos sólo adoran como dioses a aquellos que gracias a su poder
les apoyaran manifiestamente (Sol, Luna y Fuego), tenemos que
aceptarlo casi literalmente, especialmente para las
representaciones religiosas de la zona norte en general y para
determinados griegos del norte. Estos también creían que el Otro
Mundo estaba regido por el Sol; este mundo, por la Luna, y el
mundo abismal, por el Fuego; cuya trinidad nuevamente
correspondía a los tres "géneros": masculino, femenino y neutro.
Como neutro (o hermafrodita) se consideraba al Fuego.
Femeninas, la Tierra y la Luna. Masculinos, el Sol y el Cielo. Por
esto estas trinidades dependen de múltiples ligazones entre sí; por
esto se buscó revestir a estos fenómenos que ocurren dentro de la
naturaleza con un ropaje evidente y hacerlos concordar entre sí