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to benedictino de Montserrat, que está al sur de los Pirineos, ser el
templo del Grial.
Los cátaros, llamados a menudo luciferinos por los inquisidores,
habían custodiado la luciferina piedra del Grial, al norte de los
Pirineos. Más tarde, la Iglesia afirmó que al sur de la misma
montaña, el Grial ya estaba en poder de sus monjes católicos,
haciéndolo pasar por una reliquia de Jesús, el Triunfador sobre el
Príncipe de las Tinieblas. Ambos guardamos silencio. Luego, la
señora continuó su relato: "No necesito recordarle que san Ignacio
de Loyola fue el fundador de la Compañía de Jesús. ¿Sabe usted
que en Montserrat, cerca de Barcelona, Ignacio ideó los Ejercicios
espirituales, la organización de la orden de los jesuitas y, si no me
equivoco, la adoración del sangrante corazón de Jesús? Usted de-
bería preocuparse en seguir estas referencias".
Mi anfitriona me obsequió algunos libros. Gran alegría me causó
en especial un libro alemán publicado hace setenta años. Lleva el títu-
lo de Cesarius von Heisterbach. El autor lo designa como un aporte
a la historia de la cultura de los siglos XII y XIII. Quizás en mi
próximo libro anteponga una frase del Evangelio de san Juan que
hallé en él: "¡Une los fragmentos para que nada perezca!". Mis
antepasados remotos fueron paganos, y los recientes, herejes. Para
exculparlos voy recogiendo los trozos que Roma desdeñó como
sobras.