LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 58

cuerpos constituían los rayos. Eso se debe entender como culto al Sol, opinó seguramente con razón el autor del libro. Entonces man- tuvimos un coloquio. Desde hacía mucho tiempo mi anfitriona te- nía conocimiento de la leyenda de Montségur como Castillo del Gríal. Si el Grial hubiera sido realmente guardado en este castillo, de lo que estaba convencida, sus mayores habrían sido caballeros del Gríal y habrían dejado su vida en los combates por el Gríal; muchos de ellos cayeron entonces defendiendo Montségur, algu- nos habrían sido quemados. Finalmente dijo: "La gran Esclarmonde es de mi sangre. Me siento orgullosa de ello. A menu- do suelo verla en espíritu sobre la plataforma reclinada en el torreón y en la paz de Montségur, leyendo los astros. Los herejes amaban el firmamento, creían firmemente que después de la muerte tendrían que ir acercándose a la divinidad de estrella en estrella, cumpliendo las etapas de deificación. Por la mañana rezaban hacia el sol del levante; al ocaso dirigían su mirada, devotamente, hacia el sol del poniente. Por la noche se dirigían a la argéntea luna o al norte, porque el Norte les era sagrado. En cambio consideraban al sur como una morada de Satán. Satán no es Lucifer, pues Lucifer sig- nifica portador de luz. Los cátaros tenían otro nombre para él: Luzbel. No era el Maligno. Con el negativo los judíos y los papistas lo degradaban. En lo referente al Grial, como es la opinión de tantos, debe de haber sido una piedra caída de la corona de Luci- fer. Así la Iglesia, al pretenderlo para sí, hacía de algo luciferino algo cristiano. Si la montaña de Montségur es la Montaña del Grial, entonces ha sido Esclarmonde la Señora del Grial. Des- pués de su muerte, de la destrucción de Montségur y del exter- minio de los cátaros, quedaron abandonados el Castillo del Grial y el propio Grial. La Iglesia, conscientemente, con la cruzada contra los albigenses llevó a la práctica una guerra de la Cruz contra el Grial, y no dejó escapar la oportunidad de volver a apro- piarse de un símbolo de creencia no eclesiástico para poder ponerlo al servicio de sus fines. No satisfecha con esto, declaró al Grial como el cáliz en el que Jesús les ofreció la cena a sus discípulos, el mismo que recogería su Sangre en el Gólgota. Incluso concedió al conven-