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CASTILLO P. EN LA TOLOSANIA
prichosa, es alegre, y debe alegrar a todos los hombres de mi especie. Empero, no debo ni hacérmelo fácil, ni hacérselo fácil a aquellos que leerán este libro, en Cuánto éste me parezca bueno...

CASTILLO P. EN LA TOLOSANIA

Soy huésped en la ciudadela de la condesa P, una dama de edad avanzada. Nadie mejor que ella conoce historias, tesoros, tradiciones y leyendas orales, así como sobre usos y costumbres típicos de su patria. Su biblioteca personal es de una no corriente homogeneidad y muy completa. La condesa me visitó con frecuencia en el Montségur. Ahora le devuelvo la visita.
Hoy hemos pasado la hora de la merienda en la costa mediterránea, al anochecer hemos emprendido el regreso con toda comodidad. Vinimos por los montes D ' Alaric, melancólicos y desolados, que llevan su nombre por el rey godo Alarico. A la orilla del camino, a la sombra de un árbol se hallaba un carro, y frente a él un hombre delgado de cabellos blancos. A su lado una joven rubia estaba sentada sobre una piedra. El viejo nos miró con sus penetrantes ojos daros. " Es un cagot-me explicó mi acompañante-, un cagot de vida nómada. Los hay también sedentarios allá arriba en los Pirineos. Cuándo se pregunta sobre ellos a vecinos y aldeanos, por respuesta dicen que es gente maldita. Presumiblemente la palabra cagot está compuesta de Cathares y Gots, o sea, cátaro y godo. Ahora mismo ve usted un descendiente de los últimos albigenses."
Al anochecer nos sentamos frente a la chimenea. La condesa tejía. Yo leía en voz alta un libro que fue encontrado en la cercana Montagne Noir, Montaña Negra, en las tumbas de la época de los albigenses. Una de ellas, fosa común. Doce esqueletos formaban una especie de rueda: las calaveras juntas conformaban el cubo y los