LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 47
sur se extendían las cumbres pirenaicas, unas más orgullosas y más
temerarias que otras: Canigou, Carlitte, Soularac y el majestuoso
pico de San Bartolomé, llamado Tabor por los lugareños. ¿Será, al
igual que el Tabor palestino, una montaña de la Transfiguración?
En torno de sus prácticamente tres mil metros de empinadas
cumbres revoloteaban jirones de nubes.
Cerca de treinta años estuvieron arremetiendo contra Montségur
durante la cruzada antialbigense los peregrinos y soldados, y poste-
riormente también los dominicos, en contubernio con los franceses.
Detrás de sus murallas, como sabemos, se habían parapetado los
últimos herejes y caballeros libres. Más de treinta años llevaban
resistiendo hasta que pastores sobornados, en la noche del Domin-
go de Ramos del año 1244, les enseñaron a los sitiadores un
risco sobre el cual quien no sufriera de vértigo podía alcanzar la
cumbre de la montaña. La falda occidental, que es la menos
escarpada, única vía de acceso al castillo, era la mejor protegida
por las obras de fortificación. Empero, también el peligro
amenazaba por aquí a los sitiados. Los atacantes habían construido
una máquina de asedio llamada "gata" que día tras día se
aproximaba unos pies, arrastrándose hacia el remate, y ya
amenazaba los muros. El castillo cayó por la traición de los
pastores. Todos los que no quisieron reconocer al dios Yahvé, el
poderío de las Llaves de Pedro y el dogma de Roma fueron
quemados el Domingo de Ramos en una enorme pira levantada
a los pies del tolmo. Doscientas cinco fueron las víctimas, entre
ellas la hija del castellano Esclarmonde de Belissen, pariente de la
castellana Esclarmonde de Foix. Los demás prisioneros, unos
cuatrocientos aproximadamente, fueron arrojados a las mazmo-
rras de la fortaleza de Carcassonne, donde la mayoría pereció a
causa de las penalidades sufridas.
Me repuse descansando al lado de un pastor que encontré en el
pico de Soularac. Me dio de comer de su queso y, a mi vez, le di
de beber de mi gourde, una botella de piel llena de vino tinto que