había en las ruinas de Montségur. Mi anfitrión no pudo decirme a que finalidad habían servido. Además, según supe para mi estupefacción, un amigo ya fallecido había hallado en el castillo un libro escrito en caracteres extraños-no sabía si en chino o en árabe-. Se ignora su paradero. Apenas me transmitió estas noticias, esperé, aún con más impaciencia de lo que lo había hecho hasta ese momento, el viaje a Montségur, y reflexioné toda la noche acerca de una historia que breves momentos antes de la partida-como se dice, entre la puerta y su gozne- me fue contada.
A fines del siglo XII, en algún lugar de Cahors, en tierras tolosanas, vivía el poderoso vizconde Raimundo Jordán. Para un caballero de renombre, por esos tiempos era conveniente dedicarse a la Minne y a escribir poesías a una dama noble, o sea, ser trovador. La elegida por Raimundo Jordán fue Adelaida, esposa de un noble, el caballero Pena, que bien sabía de la Minne de ambos y la consentía. Al estallar la guerra contra los albigenses, tanto Raimundo como el noble empuñaron las armas y salieron a oponerse al enemigo. Cayó el caballero Pena y poco después se carecía de toda noticia de Raimundo. Adelaida esperaba anhelante y preocupada al trovador. En la creencia de que había perecido en combate, renunció al mundo y se retiró, ya que era hereje, a lo alto del castillo. Quiso pasar sus días allá como eremita. Pero Raimundo Jordán había salvado su vida. Gravemente herido, había encontrado amparo y cuidados entre amigos. Después de padecer largo tiempo postrado, pidió volver a ver a Adelaida y partió al castillo de Pena por senderos secretos. Éste había sido desde hacía mucho tiempo ocupado por el enemigo y la señora había desaparecido sin dejar huella. También a él, declarado proscrito por el enemigo, no le quedó otro recurso que dirigirse al castillo de Montségur. Allí volvió a encontrar a Adelaida.
En el trayecto de regreso a casa recordé unos pocos versos de Ludwig Uhland. Siendo escolar tuve que aprenderlos de