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Walberberg, antes canónigo de Colonia. Como su cofrade
Cesarius, al que tenía que agradecer su conversión, informa que
Gevard procuró "olvidar una juventud vivida sensualmente".
Sin embargo, renunció a su actividad de abad -que también
incluía la recepción solemne del diente del bautista Juan- debido
a que Felipe de Suavia y Otto de Brunswick reñían por la
corona del Imperio alemán. Mal cariz tomaba en aquellos
tiempos el Sacro Imperio romano germánico. A la guerra y a
la corrupción moral se sumaron las malas cosechas y la
hambruna. Cuándo la miseria llegó al extremo y el número de
las bocas hambrientas que congestionaban el convento
ascendió a mil quinientas, entonces el cielo bendijo al pueblo
monástico saciando su hambre: los pequeños panes en el horno
del claustro salían de él con un tamaño gigantesco. Había
ocurrido un milagro, sólo era necesario creer.
No, las cosas no eran fáciles para el abad Gevard. Cierto día
fue admitido en el convento un joven de nombre Richwin. Pero
sucedió que el novicio Richwin era torturado por el más
ardiente amor por una mujer, y ésta le escribió cartas
rogándole que abandonara el claustro y volviera a ella. Lo
peor era que Richwin cada vez que recibía una carta o Cuándo
se sentía arder de amor por ella, se arrojaba al suelo y gritaba a
voz en cuello. Allí era difícil recibir un buen consejo para estas
lides y sólo Dios podía brindarle ayuda.
Sobre este intríngulis, tanto el abad Gevard como los monjes
de Heisterbach, de común acuerdo, enviaron rogativas al
cielo "Tándem per Dei gratiam truimphans factus est
monachus", hasta que el novicio triunfante por la gracia de
Dios se convirtió en monje. Aún hay que informar algo, que nos
hace aguzar el oído, acerca del abad Gevard. Cierta vez
aconteció, según escribió Cesarius, que los monjes de
Heisterbach se durmieron mientras su abad predicaba en el
cabildo. Mientras hablaba de santos milagros y otras cuestiones