LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Página 207
GIESSEN
Un día laborable estaba en la iglesia donde hace mucho tiempo
fui confirmado. Se llama Iglesia de San Juan y es un templo
protestante. Mi padre, de joven, la vio construir. Subí a la torre de
la iglesia. Tal como en mis años mozos, esta vez también en
puntillas de pies, a través de la desolada nave que resonaba
fantasmal, subí la escalera de caracol pasando frente al poderoso
mecanismo del reloj hacia los cuatro balcones, bajo la aguda
cúpula de la torre. Nunca olvidaré que durante la Guerra Mundial
con mis condiscípulos estuvimos allá arriba y, como en la lejanía,
truenos apagados y regulares parecían no querer cesar: se
combatía en el frente occidental y el Fort Vaux. Me vino al
recuerdo que en el tiempo de las calamidades de la guerra
recolectaba en las cercanías de Buseck semillas de hayas para
obtener de ellas aceite; en las cercanías de Krofdorf, ortigas para
la elaboración de telas; que una vez a la semana traía, desde un
molino próximo a Wetzlar, harina y leche para mi hermano
enfermo; que en Giessen oí marchar día y noche por las calles a
prisioneros de guerra en su mayoría franceses y rusos; que vi el
movimiento de nuestras tropas en columnas interminables yendo
al teatro de guerra, viajando en sentido contrario, esperanzados
en la curación.
También recuerdo sin avergonzarme aquel día en que, siendo
ya estudiante universitario, de manera irreflexiva y petulante, en el
castillo de Gleiberg empiné el codo algo más de la cuenta.
Pero luego pensé, porque ahora sí debo pensarlo normalmente,
en Konrad von Marburg. Sobre el lomo de una mula cruzó él la
misma comarca que se otea desde la torre de la Iglesia de San Juan
de Giessen.
Cuándo Konrad hubo quemado gran cantidad de herejes, se
consideró impetrable que el papa en Roma consagrara santa a