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de Santa Isabel fuera desenterrado y se le enviara ya que quería
utilizarlo para un "fin secreto" que "a él y a su país les redundaría
en gran bendición". Bellersheim obedeció la orden. Los huesos
fueron enviados al landgrave y éste los obsequió al elector y
arzobispo Ferdinand von Köln. En el año 1636 el landgrave Jorge
se pasó al catolicismo. Éste era el "fin secreto".
Ahora las reliquias se encuentran en Colonia, desde hace
mucho tiempo, pero ya no son las auténticas. Sin embargo,
según deduzco de mi copia, "el señor príncipe elector volvió a
hacer negocios con ellas. Aparecieron por estos días en Bruselas,
donde la infanta Isabella los entregó al convento Carmelita. De
aquí se perdieron durante la Revolución Francesa". La cabeza sí
que sería salvada y se encuentra en el Hospital de San Jacobo de
Besancon. Los señores alemanes son de otra opinión, a saber,
que los verdaderos restos de la santa no han abandonado nunca
las murallas de la Iglesia de Santa Isabel. En el año 1718, el
entonces gran maestre y señor alemán, príncipe Franz Ludwig
von Trier, declaró que el conocimiento del escondite de los huesos
de Isabel "lo había obtenido por transmisión oral directa en los
ambientes relacionados con el señor alemán". Poco importa de quién.
Ya en el siglo XVI había en occidente diez veces más huesos de los
que Isabel habría podido tener.
Antes de terminar este capítulo, que me sentí obligado a
escribir, aunque la pluma me haya conducido a la náusea,
aclaro: Isabel de Turingia, quien nunca perteneció a la corte de
Lucifer, tuvo que cargar con paciencia con el anatema del Señor
de los Ejércitos, el mismo con el que Isaías había amenazado
tanto a Lucifer como a los suyos: ella no fue sepultada como los
demás.