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noche". Una última Thule fue también el país de los
hiperbóreos, que más allá del viento norte vivió en luz
eterna, y sobre el cual el Apolo délfico gobernó como
divinidad. El país de los hiperbóreos fue considerado por los
helenos nobles como el lugar del origen de su especie y la
patria de su divinidad. No hay ninguna otra tierra como esta
isla del Sol Aea, la que salieron a buscar los argonautas. Tal
como los iranios, también los helenos tuvieron su "paraíso":
los famosos montes de los dioses, Olimpo, Parnaso o Eta,
fueron, cada uno, un paradêsha sobre cuya cima se con-
memoraba, orando a la tierra de la luz nórdica, aquella isla
del sol donde se disfrutaban la inmortalidad y la
bienaventuranza como néctar y ambrosía. A esta certeza
interior piadosa los helenos la designaban con la palabra
Minneskein, voz emparentada con la sánscrita man, la
latina memini, la gótica munni, la alemana Minne.
También fue un paradêsha el majestuoso Montségur, en
el bosque de montaña del Tabor pirenaico.
Los cátaros provenzales -a los que nosotros, por razón del
Parzival de Wolfram, nos sentimos en obligación de agradecer-
cuidaron los escritos y canciones nacionales. La literatura de
los provenzales heréticos, así como su historia, fue muy
variada y llevaba la marca de los griegos, los celtas y los
germanos.
Es por esto que en la poesía de Wolfram encontramos, junto
a denominaciones del levante, abundantes referencias de
occidente. Algunos ejemplos: Wolfram enalteció a Persia, a
Babilonia, al Eufrates, al Tigris y a la India; pero también alabó
a Alejandría, a los troyanos, así como al Hiperbortikón (el país de
los hiperbóreos); denominaciones de lugares provenzales,
españoles, franceses y británicos (Arragón: Aragón,
Katelangen: Cataluña, Gascuña, París, Normandía, Borgoña,
Bretaña, Irlanda o Londres) que entremezcla con sitios
alemanes y escandinavos (Worms, Rhein: Rin, Spessart,