LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 189
Cierto día se alzó la serpiente de invierno; el frío se impuso para los
hombres, los animales y las plantas; el amor se congeló; el sol
desapareció; el clima ártico se enseñoreó: cada año tuvo diez
meses de largo invierno. Los hombres debieron emigrar. Hacia
el sur. Pero el alto Septentrión permaneció como objetivo en el
recuerdo. Y para recordarlo en su oración, los arios, en su nueva
patria, subieron a un monte, a un paraíso: el paradêsha (que
significa comarca situada en lo alto). Para los arios cada montaña
fue originalmente un paraíso desde cuya cumbre se iba en
espíritu al Norte, al país de Dios y de los ancestros. Para
nombrar la certeza interior piadosa, los arios iranios e indios
utilizaron la palabra man.
La divinidad fue benévola con los arios emigrados al sur: envió
un águila, o una paloma, según relatan las sagas de tiempos
remotos, con orden de llevarles el árbol, del que se preparaba el
soma, para que, así, la fuerza aria no se perdiera. Desde ese
momento entonces, también en el sur se pudo disfrutar del
soma. Para la memoria. Para la Minne (esta palabra, como ha
sido demostrado, tiene el mismo origen que el sánscrito man
y el gótico munni, recuerdo). Un paradêsha de similares
características, informa el Rigveda -que cuenta con más de
cuatro mil años de antigüedad-, se llamó Mûjavat y estaba
situado al este de la India.
Pasaron siglos y milenios, nació Jesús de Nazaret, judíos y
romanos lo instituyeron y comisionaron como el Dios
encarnado; la cristiandad se propagó. Comenzó una nueva
era.
A partir del siglo III de la era cristiana, el maniqueísmo iranio y
el arrianismo germano fueron los más importantes enemigos
de la cristiandad. El monte iranio Mûjavat, desde aquella
época pasó a ser el santuario principal de los maniqueos. Hoy