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reencarnar una y otra vez en hombre o animal.
El martirio y abnegación eran una manera de no reencarnar, por
ellos se accedía de forma estoica a la pureza. Esto explicaría por qué los
cátaros no ofrecieron resistencia alguna frente a la Inquisición y sus
tormentos.
No temían a la muerte y, en ocasiones, los perfecti se dejaban
morir mediante el endura. Otto Rahn comenta al respecto: "Su doc-
trina permitía, como la de los druidas, el suicidio, no obstante,
exigía que uno pusiera fin a su vida no por cansancio de vivir, por
miedo o por dolor, sino en un estado de perfecto desapego de la
materia".
Rahn dice que los cátaros practicaban el endura por parejas, ya
que ellos predicaban de a dos. Él dice al respecto: "Ese hermano,
al lado del que el cátaro había pasado, en la amistad más ideal,
años de esfuerzos continuados y espiritualización intensiva, quería, de
acuerdo con él en la otra vida también, la verdadera vida, gustar
las bellezas parcialmente entrevistas del más allá y la revelación
de las leyes divinas que mueven los mundos" (de Cruzada contra el
Grial).
Ponían fin a sus días eligiendo una de estas cinco maneras:
dejándose morir de hambre, tomando veneno, cortándose las venas,
arrojándose al agua helada después de un baño hirviente o tirándose
desde un precipicio. El fin del endura no siempre era la muerte,
generalmente era un prolongado ayuno purificador, de dos a tres
meses.
Los cátaros estaban organizados en diócesis, dirigidas por obis-
pos, diáconos y perfecti. Llevaban una vida ejemplar, predicando
un evangelio de sencillez y purificación.
En Montségur, en las grutas de Ornolac (lugar de iniciación), una