LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 169

igual están en la habitación y más próximo a ellos se está en espíritu. Y si estos seres han emprendido la marcha al más allá, entonces ellos se nos han aproximado más que nunca antes: de pronto los llevamos dentro de nosotros. Los muertos amados sólo pueden ser de nuestra intimidad en el recuerdo. Yo recuerdo a la anciana fallecida en mi más profunda intimidad! No hace mucho me escribió que en un ala lateral de su mansión, a la que muchas veces asistí como invitado, había equipado una sala de trabajo para mí, había trasladado allí sus libros más valiosos y había hecho colocar un piano de cola, para que, como en Sabarthés, pudiera ella tocar. Sí, fueron veladas inol- vidables las que pasamos juntos por mucho tiempo en Ornolac. Durante el día me iba a las cuevas. Regresaba al atardecer, ella me aguardaba delante de su albergue. Tan entrada en años y frágil como estaba, no tenía fuerzas para acompañarme. En mi cámara oscura, un sótano que había adaptado para ello, me ayudaba a revelar las fotografías tomadas durante el día. Después tenía que narrarle todo lo visto y encontrado, para terminar siempre haciendo música. Una vez improvisé sobre la suite de Händel "Los dioses van a mendigar". Afuera ya era noche. El torrente del Ariège entornaba su fuerte y eterno canto, y un ruiseñor gorjeaba. Yo tocaba. Al terminar, el va- lle despertó bruscamente. A una vida como sólo el Sabarthés y su noche puede originar. Desde las cien cuevas y grutas salían miles de búhos y lechuzas. Con vuelos de almas en pena y aún más fantasmales sonidos, cubrían por completo el escaso espacio entre las paredes de las rocas y las simas. Mi maternal amiga dijo: "¿Escucha usted, mon ami, cómo se quejan las almas de mis antepasados? Denuncian a Roma y su cielo. Primero los asesinó el césar; que era romano. Después cayeron los francos sobre su territorio tratando de exterminarlos. Por orden de Roma, a la que los godos, cuya sangre norteña se