LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 167

hombre, un cátaro, me mira y dice: "Luzibel, a quien no se hizo justicia, te saluda". Sólo puede haber sido Lucifer el que restituyó la hoja de palma al árbol de su origen en una ciudad oriental. Que está en Jerusalén. Cerca de él se dejan ver doctores de la ley judíos. Están disputando si el adulterio y asesinato del rey David, de los que informa su Sagrada Escritura, hay que entenderlos de manera literal o no. Comienza a levantarse alboroto y llega gente en masa. Gritaban a voz en cuello "Hosanna al hijo de David". Ahora veo a un hombre cabalgar sobre una burra. Es a él a quien las masas dirigen su júbilo. Su faz no se deja ver, porque, como encorvado por debilidad, mantiene la cabeza inclinada. Parece que no entra en la ciudad de David para la coronación. Podría ir aproximándose a una muerte violenta en el lugar del suplicio. ¿No abrigará en secreto el deseo de que el amargo cáliz que le espera pase de largo ante él? Él no es ningún héroe y tampoco pretende serlo, para que se cumpla la Escritura. Los vehementes orientales que lo rodean le causan estragos, ya que aquel espectáculo, para que realmente sea un espectáculo, lo acompañan con gritos y variedad de gestos. Alguien de la muchedumbre quiebra mi rama de palma y se la arroja al Rey de los judíos, que monta sobre el lomo de la burra y mira al suelo. Un hombre, que conduce la burra al cabestro, levanta la rama y se la alcanza al triste Rey. Éste la coge, y no levanta la vista. Encantamiento del mediodía... Deslumbrantemente blanca es la carretera que tengo frente a mí. La conozco. Ella une en el Languedoc las ciudades de Toulouse y Castelnaudary. ¿No me está hablando un hombre? Ahora lo reco- nozco, ya que una vez lo vi retratado en una miniatura. Es el trova- dor Peire Vidal. Habla con exuberancia y con fuego sagrado, poniendo los ojos en blanco: "Creedme, he visto al propio Dios sobre este camino. Vino hacia mí cabalgando como un caballero, bello y fuerte. Cabellos rubios le caían sobre el rostro tostado y sus claros ojos brillaban. Uno de sus zapatos estaba decorado con zafiros y esmeraldas, el otro estaba desnudo. Su capa estaba