LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 165
Quand je conduis
Vieille charrue,
Je sens ton doux coeur
Battre dans mes bras.
La bàs: C’est mon pays!
Terre oú je suis né,
Terre pauvre et nue,
Tes sombres forêst
Pleurent dans le vent...
En país extraño y por una canción latina de pronto me acerco
tanto a la patria como no la sentía desde hace mucho tiempo.
Oigo bosques oscuros llorar al viento. Quien no ha visto el
Hochwald, el anciano ancestro, en noviembre, Cuándo en él se
aposenta la niebla algodonosa y fría, Cuándo sus nietecillas, las
hojas, languidecen y, con el más leve soplido del viento, él y sus
hijos los árboles para siempre serán arrancados, ése no sabe que el
bosque puede llorar. Ése tampoco sabe que junto a su aire
sospechosamente alabado tan a menudo, cobija una tragedia que
estremece. No sabe que el abuelo bosque es el más digno de ser
amado y puede ser también el más digno comunicante Cuándo
suspira de dolor.
Se le llama nostalgia a lo que estoy percibiendo. Pienso en
Alemania y también, frente al Montblanc, en Fausto, aquel al
que el poeta Christian Dietrich Grabbe hace edificar, por medio
del diablo Mefistófeles, un castillo encantado sobre el Montblanc,
ya que a él, el más alemán de los alemanes, en Roma, cada vez
"las lágrimas le colgaban de las pestañas Cuándo recordaba a
Alemania". Fausto, y con él Alemania, han venido a mí. Es lo
más bello que tiene para ofrecer la patria en tierras extrañas. Se
ofrece ella misma, en Cuánto se la piensa con fervor. En algún
lugar del extranjero, cierta vez oí una pieza radiofónica de un
soldado alemán escrita para jóvenes alemanes. De regreso de sus
vacaciones, ya en las trincheras, un combatiente le dice a su
capitán: "Mientras más lejos de Alemania se vaya, más cerca
viene". Esta aparente contradicción contiene una verdad