LA CORTE DE LUCIFER - OTTO RAHN La Corte de Lucifer - Otto Rhan | Page 103
desde esa vez en adelante, a los más severos ejercicios de
penitencia. Pasaba siete horas diarias arrodillado, y el poco
tiempo que dormía lo hacía sobre suelo húmedo, con una
piedra o un trozo de madera como almohada. Con frecuencia
ayunaba durante tres o cuatro días, y si algo comía eran los más
duros y negros mendrugos o un poco de verduras que
previamente espolvoreaba con cenizas que las hacían todavía
más desagradables, A pesar de todo, no le fue posible lograr ser
considerado por los pordioseros como su igual; éstos se mofaban
de él aún más Cuándo andaba entre ellos en una andrajosa
casulla, el saco de pan sobre un hombro y un gran rosario
rodeándole el cuello. Los golfillos lo señalaban con el dedo, se
reían de él y lo llamaban, con sorna, "padre del saco".
Diariamente se flagelaba con violencia, no pocas veces se magu-
llaba el pecho con una piedra, y una vez se castigó tanto que
tuvo que ser llevado gravemente enfermo e inconsciente a casa
de una bienhechora. Los médicos que lo atendieron lo
desahuciaron, y ya pedían algunas mujeres devotas a la dueña de
la casa algunas prendas de la vestimenta de Ignacio como
reliquias. Ésta quiso satisfacer esos deseos y abrió el armario de
Ignacio para buscar las ropas del supuesto muerto; de inmediato,
retrocedió espantada: en el armario colgaban, limpios y
perfectamente ordenados, los instrumentos de mortificación más
temibles: cinturones de flagelación de alambre trenzado, cadenas
pesadas, ropa interior con clavos yuxtapuestos en forma de cruz y
una prenda entretejida de pinchos de acero. ¡Todo esto portaba
Ignacio sobre su cuerpo!
Ya que el libro de Fülop-Miller, del que entresaco estas apre-
ciaciones sobre la vida y obra de Loyola, de conformidad con
una conversación del conocido padre jesuita Friedrich
Muckermann, es "de unos rasgos característicos entretejidos de
la más alta consideración", y debido a que la orden de los
jesuitas "debe estar contenta de esta exposición", yo puedo
seguir narrando: "Sobre la escalera de la iglesia de Mantesa,
Ignacio creyó percibir una luz de lo alto que le indicaba cómo
Dios había creado el mundo". Allí experimentó el "dogma