LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 97
después llega un día que sólo trae noticias buenas. Si estuviese
Cipriano Algor apenas un pelín más interesado en lo que se decía, si no
lo distrajese la alegría del trabajo ahora garantizado, ciertamente no
dejaría de querer saber de qué otra u otras buenas noticias había sido
este día portador. Por otra parte, el pacto de silencio hace pocas horas
acordado entre los prometidos padres casi se rompe allí, de eso se dio
cuenta Marta al mover los labios como para decir, Padre, me parece
que estoy embarazada, sin embargo consiguió retener las palabras. No
lo percibieron Marcial, firme en el compromiso asumido, ni Cipriano,
inocente de cualquier sospecha. Es verdad que una tal revelación sólo
podría ser obra de quien, además de saber leer los labios, habilidad
relativamente común, fuese también capaz de prever lo que ellos van
a pronunciar cuando la boca apenas comienza a entreabrirse. Tan raro
es este mágico don como aquel otro, en otro lugar hablado, de ver el
interior de los cuerpos a través del saco de piel que los envuelve. Pese
a la seductora profundidad de ambos temas, propicia a las más
suculentas reflexiones, tenemos que abandonarlos inmediatamente
para prestar atención a lo que Marta acaba de decir, Padre, haga las
cuentas, seis veces doscientos son mil doscientos, vamos a tener que
entregar mil doscientas figuras, es mucho trabajo para dos personas y
poquísimo tiempo para hacerlo. Lo exagerado del número empalideció
la otra buena noticia del día, la probabilidad de un hijo de Marcial y
Marta, tenida por cierta, perdió de súbito fuerza, volvió a ser la simple
posibilidad de todos los días, el efecto ocasional o intencionado de
haberse reunido sexualmente, por vías que llamamos naturales y sin
tomar precauciones, un hombre y una mujer. Dijo el guarda interno
Marcial Gacho, medio serio medio jocoso, Presiento que a partir de
ahora desapareceré del paisaje, espero que al menos no se olviden de
que existo, Nunca exististe tanto, respondió Marta, y Cipriano Algor
dejó durante un momento de pensar en los mil doscientos muñecos
para preguntarse a sí mismo qué estaría queriendo ella decir.
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