LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 90

contraventanas. Vas a tener un hijo, se dijo a sí mismo, y repitió, un hijo, un hijo, un hijo. Luego movido por una curiosidad sin deseo, casi inocente, si es que todavía hay inocencia en ese lugar del mundo al que llamamos cama, levantó las mantas para mirar el cuerpo de Marta. Estaba vuelta hacia él, con las rodillas un poco dobladas. La parte inferior del camisón se le enrollaba en la cintura, la blancura del vientre apenas se distinguía en la penumbra y desaparecía completamente en la zona oscura del pubis. Marcial dejó caer las mantas y comprendió que el momento de las caricias no se había retirado, había permanecido a pie firme en el dormitorio durante toda la noche, y allí continuaba, a la espera. Probablemente tocada por el aire frío que se desplazó con el movimiento de la ropa de cama, Marta suspiró y cambió de posición. Como un pájaro tanteando suavemente el sitio para su primer nido, la mano izquierda de Marcial, leve, apenas le rozaba el vientre. Marta abrió los ojos y suspiró, después dijo juguetona, Buenos días, señor padre, pero su expresión cambió de repente, acababa de darse cuenta de que no estaban solos en el dormitorio. El momento de las caricias se insinuaba entre ellos, se metía entre las sábanas, no sabía decir explícitamente lo que quería, mas le satisficieron la voluntad. Cipr iano Algor ya andaba por fuera. Durmió mal pensando si recibiría hoy la respuesta del jefe del departamento de compras, y qué respuesta seria, si positiva, si negativa, si reticente, si dilatoria, pero lo que le hizo perder el sueño por completo durante algunas horas fue una idea que le brotó en la cabeza en medio de la noche y que, como todas las que nos asaltan en horas muertas de insomnio, creyó que era extraordinaria, magnífica, y hasta, en el caso que nos ocupa, golpe de un talento negociador que merecía todos los aplausos. Al despertar de las escasas dos horas de inquieto sueño que el cuerpo desesperado había podido sustraer a su propia extenuación, percibió que la idea, finalmente, no valía nada, que lo más prudente sería no alimentar ilusiones acerca de la naturaleza y del carácter de quien maneja la vara de mando, y que cualquier orden procedente de quien esté investido de una autoridad por encima de lo común deberá ser considerada como si del más irrefutable dictamen del destino se tratara. En verdad, si la simplicidad es una virtud, ninguna idea podría ser más virtuosa que ésta, como en seguida se apreciará, Señor jefe de departamento, diría Cipriano Algor, estuve pensando en lo que me dijo sobre las dos semanas para retirar la loza que le está ocupando espacio en el almacén, en aquel momento no reflexioné, probablemente debido a la emoción que sentí al comprender que había una leve esperanza de seguir siendo proveedor del Centro, pero 90