LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 74
con trocitos de cuarzo, y en ese caso no tendríamos que arriesgarnos
en aventuras de payasos, bufones y mandarines que no sabemos cómo
acabarán. Cipriano Algor no necesitó decirse a sí mismo No voy, desde
hace semanas anda diciéndoselo a la hija y al yerno, una vez debería
bastar. Estaba inmerso en estas inútiles cogitaciones, con la cabeza
apoyada en el volante, cuando se aproximó el guarda que velaba en la
salida del subterráneo y dijo, Si ya ha resuelto el asunto que traía
entre manos, haga el favor de marcharse, esto no es un aparcamiento.
El alfarero dijo, Ya lo sé, encendió el motor y salió sin más palabras. El
guarda anotó el número de la furgoneta en un papel, no necesitaba
hacerlo, la conocía casi desde el primer día que comenzó a ser guarda
en este subterráneo, pero si tan ostentosamente ha tomado nota es
porque no le ha gustado aquel seco Ya lo sé, las personas, sobre todo
si son guardas, deben ser tratadas con respeto y consideración, no se
les responde Ya lo sé sin más ni menos, el viejo debería haber dicho Sí
señor, que son palabras simpáticas y obedientes, sirven para todo,
verdaderamente el guarda, más que irritado, está desconcertado, por
eso pensó que tampoco él debería haber dicho Esto no es un
aparcamiento, sobre todo en el tono desdeñoso con que le salió, como
si fuese el rey del mundo, cuando ni siquiera lo era del sucio
subterráneo en que pasaba los días. Tachó el número y volvió a su
puesto.
Cipriano Algor buscó una calle tranquila para hacer tiempo mientras
llegaba la hora de recoger al yerno en la puerta del Servicio de
Seguridad. Estacionó la furgoneta en una esquina desde donde se
divisaba, a la distancia de tres extensas manzanas, una franja de una
de las fachadas descomunales del Centro, precisamente la que
corresponde a la zona residencial. Exceptuando las puertas que
comunican con el exterior, en ninguna de las restantes fachadas hay
aberturas, son impenetrables paños de muralla donde los paneles
suspendidos que prometen seguridad no pueden ser responsabilizados
de tapar la luz y robar el aire a quien vive dentro. Al contrario de esas
fachadas lisas, la cara de este lado está cribada de ventanas,
centenares y centenares de ventanas, millares de ventanas, siempre
cerradas debido al acondicionamiento de la atmósfera interna. Es
sabido que cuando ignoramos la altura exacta de un edificio, pero
queremos dar una idea aproximada de su tamaño, decimos que tiene
un determinado número de pisos, que pueden ser dos, o cinco, o
quince, o veinte, o treinta, o los que sean, menos o más que estos
números, del uno al infinito. El edificio del Centro no es ni tan pequeño
ni tan grande, se satisface con exhibir cuarenta y ocho pisos sobre el
nivel de la calle y esconder diez pisos por debajo. Y ya puestos, dado
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