LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 66
vigilantes, consiguieron prevalecer, No te escondas, deja a tu hija en
paz, ella sólo dijo las palabras que querías oír, ahora se trata de saber
si tienes para ofrecerle a Isaura Estudiosa algo más que un cántaro, y,
también, no te olvides, si ella estará dispuesta a recibir lo que
imaginas que tienes para ofrecerle, si es que consigues imaginar algo.
El soliloquio se detuvo ante la barrera de esta objeción, por ahora
infranqueable, y la repentina parada fue aprovechada por el segundo
motivo de preocupación, tres motivos en un pie sólo, las figuras de
barro, el Centro, el jefe del departamento de compras, Ya veremos en
qué acaba esto, murmuró el alfarero, frase semánticamente retorcida
que, bien mirado, igualmente podría servir para ataviar con ropajes de
distraída y tácita connivencia el excitante asunto de Isaura Estudiosa.
Demasiado tarde, ya vamos atravesando el Cinturón Agrícola, o Verde,
como le siguen llamando las personas que adoran embellecer con
palabras la áspera realidad, este color de hielo sucio que cubre el
suelo, este interminable mar de plástico donde los invernaderos,
cortados por el mismo rasero, parecen icebergs petrificados,
gigantescas fichas de dominó sin puntos. Ahí dentro no hace frío, al
contrario, los hombres que trabajan se asfixian de calor, se cuecen en
su propio sudor, desfallecen, son como trapos empapados y retorcidos
por manos violentas. Si no es todo el mismo decir, es todo el mismo
penar. Hoy la furgoneta va vacía, Cipriano Algor ya no pertenece al
gremio de los vendedores por la razón incontestable de que su
fabricación dejó de interesar, ahora lleva media docena de diseños en
el asiento de al lado, que es donde Marta los puso, y no en el asiento
de atrás como imaginó Encontrado, y esos diseños son la única y frágil
brújula de este viaje, felizmente ya había salido de casa cuando,
durante algunos momentos, la sintió perdida del todo quien esos
papeles había pintado. Se dice que el paisaje es un estado de alma,
que el paisaje de fuera lo vemos con los ojos de dentro, será porque
esos extraordinarios órganos interiores de visión no supieron ver estas
fábricas y estos hangares, estos humos que devoran el cielo, estos
polvos tóxicos, estos lodos eternos, estas costras de hollín, la basura
de ayer barrida sobre la basura de todos los días, la ba sura de mañana
barrida sobre la basura de hoy, aquí serían suficientes los simples ojos
de la cara para enseñar a la más satisfecha de las almas a dudar de la
ventura en que suponía complacerse.
Pasado el Cinturón Industrial, en la carretera, ya en los terrenos
baldíos ocupados por las chabolas, se ve un camión quemado. No hay
señales de la mercancía que transportaba, salvo unos dispersos y
ennegrecidos restos de cajas sin marbetes sobre el contenido y la
procedencia. O la carga ardió con el camión, o consiguieron retirarla
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