LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Seite 67
antes de que el fuego se intensificara. El suelo está mojado alrededor,
lo que demuestra que los bomberos acudieron al siniestro, pero, por lo
visto, llegaron tarde, dado que el camión ardió entero. Estacionados
delante hay dos coches de la policía de tráfico, al otro lado de la
carretera un vehículo militar de transporte de soldados. El alfarero
redujo la velocidad para ver mejor lo que había sucedido, pero los
policías, desagradables, mal encarados, le ordenaron que avanzase
inmediatamente, apenas tuvo tiempo de preguntar si había muerto
alguien, pero no le hicieron caso. Siga, siga, gritaban, y hacían gestos
violentos con los brazos. Fue entonces cuando Cipriano Algor miró al
lado y reparó en que había soldados moviéndose entre las chabolas.
Por culpa de la velocidad no consiguió vislumbrar mucho más que esto,
salvo que parecían estar haciendo salir de las casas a sus inquilinos.
Era evidente que esta vez los asaltantes no se contentaron con
saquear. Por algún motivo ignorado, nunca tal había sucedido antes,
prendieron fuego al camión, tal vez el conductor hubiese resistido la
violencia del robo de igual a igual, o fueron los grupos organizados de
las chabolas los que decidieron cambiar de estrategia, aunque cueste
comprender qué demonio de provecho esperan sacar de una acción
violenta como esta que, por el contrario, sólo servirá para justificar
acciones igualmente violentas de las autoridades, Que yo sepa, pensó
el alfarero, es la primera vez que el ejército entra en los barrios de
chabolas, hasta ahora las redadas siempre eran cosa de la policía,
incluso los barrios contaban con ellas, los agentes llegaban, unas veces
hacían preguntas, otras veces no, se llevaban detenidos a dos o tres
hombres, y la vida continuaba como si nada fuese, más pronto o más
tarde los presos acababan reapareciendo. El alfarero Cipriano Algor va
olvidado de la vecina Isaura Estudiosa, esa a quien le ofreció un
cántaro, y del jefe del departamento de compras del Centro, ese a
quien no sabe si podrá convencer del atractivo estético de las figuras,
su pensamiento está todo entregado a un camión que las llamas
calcinaron hasta tal punto que ni vestigios quedaron de la carga que
llevaba, si la llevaba. Si, si. Repitió la conjunción como quien, después
de haber tropezado con una piedra, retrocede para volver a tropezar
con ella, como si la golpeara una y otra vez a la espera de ver saltar
de dentro una centella, pero la centella no se decidía a aparecer, ya
Cipriano Algor había gastado en este pensar unos buenos tres
kilómetros y casi desistía, ya Isaura Estudiosa se preparaba para
disputar el terreno al jefe del departamento, cuando de súbito la
chispa saltó, la luz se hizo, el camión no lo quemó la gente de las
chabolas, fue la propia policía, era un pretexto para la intervención del
ejército, Me apuesto la cabeza a que ha pasado esto, murmuró el
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