LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 27
mañana, si todo esto no se ha acabado para siempre, otra vez la
primera llama de leña, el primer aliento caliente que va a rodear como
una caricia la arcilla seca y después, poco a poco, la tremolina del aire,
una cintilación rápida de brasa, el alborear del esplendor, la irrupción
deslumbrante del fuego pleno. Nunca más veré esto cuando nos
vayamos de aquí, dijo Marta, y se le angustió el corazón como si
estuviese despidiéndose de la persona a quien más amase, que en
este momento no sabría decir cuál de ellas era, si la madre ya muerta,
si el padre amargado, o el marido, sí, podría ser el marido, era lo más
lógico, siendo como es su mujer. Oía, como si arrancara de debajo del
suelo, el ruido sordo del mazo rompiendo el barro, sin embargo el
sonido de los golpes le parecía hoy diferente, quizá porque no los
impelía la necesidad simple del trabajo, sino la ira impotente de
perderlo. Voy a telefonear, murmuró Marta para sí, pensando estas
cosas acabaré tan triste como él. Salió de la cocina y se dirigió al
cuarto del padre. Allí, sobre la pequeña mesa donde Cipriano Algor
llevaba la contabilidad de los gastos e ingresos de la alfarería, había un
teléfono de modelo antiguo. Marcó uno de los números de la centralita
y pidió que le pusiesen en comunicación con Seguridad, casi en el
mismo instante sonó una voz seca de hombre, Servicio de Seguridad,
la rapidez de la contestación no le sorprendió, todo el mundo sabe que
cuando se trata de cuestiones de seguridad hasta el más insignificante
de los segundos cuenta, Deseo hablar con el guarda de segunda clase
Marcial Gacho, dijo Marta, De parte de quién, Soy su mujer, le llamo
de casa, El guarda de segunda clase Marcial Gacho se encuentra de
servicio en este momento, no puede abandonar su puesto, En ese caso
le pido por favor que le transmita un recado, Es su mujer, Lo soy, me
llamo Marta Algor Gacho, lo podrá comprobar ahí, Entonces no ignora
que no recibimos recados, sólo tomamos nota de quién ha telefoneado,
Sería únicamente decirle que telefonee a casa en cuanto pueda, Es
urgente, preguntó la voz. Marta lo pensó dos veces, será urgente, no
será urgente, sangría desatada no era, problemas graves en el horno
tampoco, parto prematuro mucho menos, pero acabó respondiendo,
Sí, realmente hay una cierta urgencia, Tomo nota, dijo el hombre, y
colgó. Con un suspiro de cansada resignación Marta posó el auricular
en la horquilla, no había nada que hacer, era más fuerte que ellos,
Seguridad no podía vivir sin restregar su autoridad por la cara de las
personas, incluso en un caso tan trivial como éste de ahora, tan banal,
tan de todos los días, una mujer que telefonea al Centro porque
necesita hablar con su marido, no ha sido ella la primera ni con certeza
será la última. Cuando Marta salió a la explanada el sonido del mazo
dejó súbitamente de parecerle que subía del suelo, venía de donde
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