LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 26

compra en el Centro, cada vez hay más gente que quiere vivir en el Centro, Yo no quiero, Qué va a hacer si el Centro deja de comprarnos cacharrería y las personas de aquí comienzan a usar utensilios de plástico, Espero morir antes de eso, Madre murió antes de eso, Murió en el torno, trabajando, ojalá pudiese yo acabar de la misma manera, No hable de la muerte, padre, Mientras estamos vivos es cuando podemos hablar de la muerte, no después. Cipriano Algor se sirvió un poco más de vino, se levantó, se limpió la boca con el dorso de la mano como si las reglas de urbanidad en la mesa caducasen al levantarse, y dijo, Tengo que ir a partir el barro, el que tenemos se está acabando, ya iba a salir cuando la hija lo llamó, Padre, he tenido una idea, Una idea, Sí, telefonear a Marcial para que él hable con el jefe del departamento de compras e intente descubrir cuáles son las intenciones del Centro, si es por poco tiempo esta disminución en los pedidos, o si será para largo, usted sabe que Marcial es estimado por sus superiores, Por lo menos es lo que él nos dice, Si lo dice es porque es cierto, protestó Marta, impaciente, y añadió, Pero si no quiere no llamo, Llama, sí, llama, es una buena idea, es la única que puede servir ahora, aunque yo dude que un jefe de departamento del Centro esté dispuesto, así sin más ni más, a dar explicaciones sobre su jefatura a un guarda de segunda clase, los conozco mejor que él, no es necesario estar dentro para comprender de qué masa está hecha esa gente, se creen los reyes del universo, aparte de que un jefe de departamento no es más que un mandado, cumple órdenes que le vienen de arriba, incluso puede suceder que nos engañe con explicaciones sin fundamento sólo para darse aires de importancia. Marta oyó la extensa parrafada hasta el final, pero no respondió. Si, como parecía evidente, el padre se emp eñaba en tener la última palabra, no iba a ser ella quien le robara esa satisfacción. Sólo pensó, cuando él salía, Debo ser más comprensiva, debo ponerme en su lugar, imaginar lo que sería quedarse de repente sin trabajo, alejarse de la casa, de la alfarería, del horno, de la vida. Repitió las últimas palabras en voz alta, De la vida, y en ese instante la vista se le enturbió, se había puesto en el lugar del padre y sufría como él estaba sufriendo. Miró alrededor y reparó por primera vez en que todo allí estaba como cubierto de barro, no sucio de barro, sólo del color que tiene el barro, del color de todos los colores con que salió de la barrera, el que fue siendo dejado por tres generaciones que todos los días se mancharon las manos en el polvo y el agua del barro, y también, ahí fuera, el color de ceniza viva del horno, la postrera y esmorecente tibieza de cuando lo dejaron vacío, como una casa de donde salieron los dueños y que se queda, paciente, a la espera, y 26