LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 22
después aparecieron en una curva las ruinas de tres casas ya sin
ventanas ni puertas, con los tejados medio caídos y los espacios
interiores casi devorados por la vegetación que siempre irrumpe entre
los escombros, como si allí hubiese estado, a la espera de su hora,
desde que se pusieron los cimientos. La población comenzaba unos
cien metros más allá, era poco más que la carretera que la cruzaba por
en medio, unas cuantas calles que desembocaban en ella, una plaza
irregular que se ensanchaba hacia un solo lado, ahí un pozo cerrado,
con su bomba de sacar agua y la gran rueda de hierro, a la sombra de
dos plátanos altos. Cipriano Algor saludó a unos hombres que
conversaban, pero, contra lo que era su costumbre cuando regresaba
de llevar la loza al Centro, no se detuvo, en un momento así no
suponía qué podría apetecerle, pero seguro que no una conversación,
incluso tratándose de personas conocidas. La alfarería y la casa en que
vivía con la hija y el yerno quedaban en el otro extremo de la
población, adentradas en el campo, apartadas de los últimos edificios.
Al entrar en la aldea, Cipriano Algor había reducido la velocidad de la
furgoneta, pero ahora avanzaba más despacio aún, la hija debía de
estar acabando de preparar el almuerzo, era hora de eso, Qué hago,
se lo digo ya o después de haber comido, se preguntó a sí mismo, Es
preferible después, dejo la furgoneta en el alpendre de la leña, ella no
vendrá a ver si traigo algo, hoy no es día de compras, así podremos
comer tranquilos, es decir, comerá ella tranquila, y o no, y al final le
cuento lo que ha pasado, o lo dejo para media tarde, cuando estemos
trabajando, tan malo será para ella saberlo antes de almorzar como
inmediatamente después. La carretera hacía una curva ancha donde
terminaba la población, pasada la última casa se veía en la distancia
un gran moral que no debería de tener menos de unos diez metros de
altura, allí estaba la alfarería. El vino fue servido, va a ser necesario
beberlo, dijo Cipriano Algor con una sonrisa cansada, y pensó que
mucho mejor sería si lo pudiese vomitar. Giró la furgoneta a la
izquierda, hacia un camino en subida poco pronunciada que conducía a
la casa, a la mitad dio tres avisos sonoros anunciando que llegaba,
siempre la misma señal, a la hija le parecería extraño si hoy no la
hiciese. La vivienda y la alfarería fueron construidas en este amplio
terreno, probablemente una antigua era, o en un ejido, en cuyo centro
el abuelo alfarero de Cipriano Algor, que también usara el mismo
nombre, decidió, en un día remoto del que no quedó registro ni
memoria, plantar el moral. El horno, un poco apartado, ya era obra
modernizadora del padre de Cipriano Algor, a quien también le fue
dado idéntico nombre, y sustituía a otro horno, viejísimo, por no decir
arcaico, que, visto desde fuera, tenía la forma de dos troncos cónicos
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