LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 207
vivísima, en cada momento, de la contradicción entre dos impulsos
que jugaban en su interior, uno que le decía la más perfecta de las
verdades, es decir, que una mudanza no es mudanza si no hay algo
para mudar, otro que simplemente le aconsejaba dejar todo tal cual,
Teniendo en cuenta, acuérdate, que volverás aquí muchas veces para
trabajar y respirar el aire del campo. En cuanto a Cipriano Algor, con el
propósito de limpiar su cabeza de las telarañas de inquietudes que lo
obligan a mirar el reloj decenas de veces al día, se ocupa de barrer y
fregar la alfarería de una punta a otra, rechazando de nuevo la ayuda
que Marta quiso ofrecerle, Luego sería yo quien tendría que oír a
Marcial, dijo. Hace un rato que Encontrado fue mandado a la caseta
por ensuciar lamentablemente el suelo de la cocina con el barro que
traía en las patas tras la primera incursión que decidió hacer
aprovechando una escampada. El agua nunca será tanta que le entre
en casa, pero, por si las moscas, el dueño le metió debajo cuatro
ladrillos, transformando en palafito prehistórico un actual y corriente
refugio canino. Estaba en eso cuando sonó el teléfono. Marta atendió,
en el primer instante, al oír la voz que decía, Aquí el Centro, pensó que
era Marcial, pensó que le iban a pasar la llamada, pero no fueron ésas
las palabras que siguieron, El jefe del departamento de compras quiere
hablar con el señor Cipriano Algor. Por lo general, una secretaria
conoce el asunto que su patrón va a tratar cuando le pide que haga
una llamada telefónica, pero una telefonista propiamente dicha no
sabe nada de nada, por eso tienen la voz neutra, indiferente, de quien
ha dejado de pertenecer a este mundo, en cualquier caso hagámosle la
justicia de pensar que algunas veces habría derramado lágrimas de
pena si adivinara lo sucedido después de decir mecánicamente, Pueden
hablar. Marta comenzó imaginando que el jefe del departamento de
compras quería expresar su contrariedad por el retraso en la entrega
de las trescientas estatuillas que faltaban, quién sabe si también de las
seiscientas que ni siquiera estaban comenzadas, y cuando, tras decir a
la telefonista, Un momento, corrió a llamar al padre a la alfarería,
llevaba la idea de soltarle de paso una rápida palabra crítica sobre el
error cometido al no proseguir el trabajo así que la primera serie de
muñecos estuvo lista. La palabra recriminatoria, sin embargo, se le
quedó presa en la lengua cuando vio cómo el rostro del padre se
transformaba al oírle anunciar, Es el jefe de compras, quiere hablar
con usted. Cipriano Algor no creyó oportuno correr, ya debería
reconocérsele mérito suficiente en la firmeza de los pasos que lo
conducían hasta el banquillo del tribunal donde iba a ser leída su
sentencia. Tomó el teléfono que la hija había dejado sobre la mesa,
Soy yo, Cipriano Algor, la telefonista dijo, Muy bien, voy a pasar la
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