LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 206
ahora comprendía que amaba estos lugares como un árbol, si pudiese,
amaría las raíces que lo alimentan y levantan en el aire. Cipriano Algor
miraba a la hija, leía en su rostro como en las páginas de un libro
abierto, y el corazón le dolía del engaño con que la habría estando
embelecando si los resultados del sondeo fuesen hasta tal punto
negativos que indujesen al departamento de compras del Centro a
desistir de los muñecos de una vez para siempre. Marta se levantó de
la silla, venía a darle un beso, un abrazo, Qué pasará dentro de unos
días, pensó Cipriano Algor correspondiéndole a los cariños, aunque las
palabras que pronunció fueron otras, fueron ésas de siempre, Como
nuestros abuelos más o menos creían, habiendo vida, hay esperanza.
El tono resignado con que las dejó salir quizá hubiera hecho sospechar
a Marta si no estuviese tan entregada a sus propias y felices
expectativas. Disfrutemos entonces en paz nuestros tres días de
descanso, dijo Cipriano Algor, verdaderamente los tenemos merecidos,
no estamos robándoselos a nadie, después comenzaremos a organizar
la mudanza, Dé ejemplo y vaya a dormir una siesta, dijo Marta, ayer
anduvo todo el santísimo día trabajando en el horno, hoy se ha
levantado temprano, incluso para un padre como el mío la resistencia
tiene límites, y en lo que respecta a la mudanza, tranquilo, eso es
asunto del ama de casa. Cipriano Algor se retiró al dormitorio, se
desnudó con los lentos movimientos de una fatiga que no era sólo del
cuerpo y se tumbó en la cama liberando un hondo suspiro. No se
mantuvo así mucho tiempo. Se incorporó en la almohada y miró a su
alrededor como si fuera la primera vez que entraba en esta habitación
y necesitara fijarla en la memoria por alguna oscura razón, como si
fuera también la última vez que venía y pretendiera que la memoria le
sirviese de algo más en el futuro que para recordarle aquella mancha
en la pared, aquella raya de luz en el entarimado, aquel retrato de
mujer sobre la cómoda. Fuera Encontrado ladró como si hubiese oído a
un desconocido subiendo la cuesta, pero luego se calló, lo más
probable es que respondiera, sin especial interés, al ladrido de
cualquier perro distante, o simplemente quiso recordar su existencia,
debe de presentir que anda en el aire algo que no es capaz de
entender. Cipriano Algor cerró los ojos para convocar al sueño, pero la
voluntad de los ojos fue otra. No hay nada más triste, más
miserablemente triste, que un viejo llorando.
La noticia llegó el cuarto día. El tiempo había cambiado, de vez en
cuando caía una lluvia fuerte que encharcaba en un minuto la
explanada y repiqueteaba en las hojas crespas del moral como diez mil
baquetas de tambor. Marta estuvo haciendo la lista de cosas que en
principio deberían llevarse al apartamento, pero con la conciencia
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