LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 125

El primer acto de la función terminó, el atrezo de escena ha sido retirado, los actores descansan del esfuerzo de la apoteosis. En los almacenes del Centro no queda una sola pieza de loza fabricada por la alfarería de los Algores, quizá algún polvo rojo esparcido por los estantes, nunca estará de más recordar que la cohesión de las materias no es eterna, si el continuo roce de los invisibles dedos del tiempo desgasta mármoles y granitos, qué no hará a simples arcillas de composición precaria y cochura probablemente irregular. A Marcial Gacho no lo reconocieron en el departamento de compras, efecto seguro de la boina y de las gafas oscuras, pero también de la barba sin afeitar, que él se había dejado a caso hecho para rematar la eficacia del disfraz protector, pues entre las diversas características que deben distinguir a un guarda interno del Centro se incluye un perfecto rasurado. En todo caso al subjefe no dejó de extrañarle la repentina mejoría del vehículo transportador, actitud lógica en persona que más de una vez se había permitido sonreír irónicamente a la vista de la vetusta furgoneta, pero lo sorprendente fue, y ésta es en la presente circunstancia la mínima denominación posible, el asomo de irritación apenas contenida que le subió a la mirada y al gesto cuando Cipriano Algor le informó de que estaba dispuesto para llevarse el resto de la mercancía, Toda, preguntó, Toda, respondió el alfarero, he traído un camión y un ayudante. Si a este subjefe de demostrado mal talante le estuviese asignado suficiente futuro en el relato que venimos cursando, sin duda un día de éstos le pediríamos que nos desvelase el fondo de sus sentimientos en aquella ocasión, es decir, la razón última de una contrariedad, a todas luces ilógica, que no quiso ocultar o no fue capaz de tal. Es probable que intentara engañarnos diciendo, por ejemplo, que se había habituado a las visitas diarias de Cipriano Algor y que, aunque por respeto a la verdad no pudiese jurar que eran amigos, le había tomado una cierta simpatía, sobre todo debido a la poco auspiciosa situación profesional en la que el pobre diablo se encontraba. Falsedad de lo más descarada como es evidente, porque, si del desvelamiento del fondo pasásemos a la excavación de lo más 125