LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 122

puso la mano sobre los hombros de la hija, después la atrajo hacia sí, le dio un beso en la frente y, en voz baja, pronunció la breve palabra que ella quería oír y leer en los ojos, Gracias. Marcial no preguntó Gracias por qué, aprendió hace mucho tiempo que el territorio donde se movían ese padre y esa hija, más que familiarmente particular, era de algún modo sagrado e inaccesible. No le afectaba un sentimiento de celos, sólo la melancolía de quien se sabe definitivamente excluido, no de este territorio, que nunca podría pertenecerle, sino de un otro en el que, si ellos estuvieran allí o si alguna vez él pudiese estar allí con ellos, encontraría y reconocería, por fin, a su propio padre y a su propia madre. Se descubrió a sí mismo pensando, sin demasiada sorpresa, que, puesto que el suegro había decidido vivir en el Centro, la idea de los padres de vender la casa del pueblo y mudarse con ellos sería irremediablemente abandonada, por mucho que les costase y por mucho que protestasen, en primer lugar porque es una norma inflexible del Centro, determinada e impuesta por las propias estructuras habitacionales internas, no admitir familias numerosas, y en segundo lugar porque, no habiendo existido nunca una relación de entendimiento entre los miembros de estas dos, fácilmente se imagina el infierno en el que se les podría convertir la vida si se viesen reunidas en un mismo reducido espacio. A pesar de ciertas situaciones y de ciertos desahogos que podrían inducir a una opinión contraria, Marcial no merece que lo consideremos un mal hijo, las culpas del desencuentro de sentimientos y voluntades en su familia no son sólo suyas, y sin embargo, demostrándose así una vez más hasta qué punto el alma humana es un pozo infestado de contradicciones, está contento por no tener que vivir en la misma casa que aquellos que le dieron el ser. Ahora que Marta está embarazada, ojalá el ignoto destino no confirme en ella y en él aquella antigua sentencia que severamente reza, Hijo eres, padre serás, como tú hagas, así te harán. Es bien cierto que, de una manera u otra, por una especie de infalible tropismo, la naturaleza profunda de hijo impele a los hijos a buscar padres de sustitución siempre que, por buenos o malos motivos, por justas e injustas razones, no puedan, no quieran o no sepan reconoc