LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 121
ahora será peor, tengan los dos mucho cuidado conmigo, según me
cuentan las mujeres embarazadas tienen cambios bruscos de humor,
tienen caprichos, manías, mimos, ataques de llanto, golpes de mal
genio, prepárense para lo que viene, Yo ya estoy resignado, dijo
Marcial, y dirigiéndose a Cipriano Algor, Y usted, padre, Yo ya lo
estaba desde hace muchos años, desde que ella nació, Finalmente,
todo el poder para la mujer, temblad, varones, temblad y temed,
exclamó Marta. El alfarero no acompañó esta vez el tono jovial de la
hija, antes bien habló serio y sereno como si estuviese recogiendo una
a una palabras que se habían quedado atrás, en el lugar donde fueron
pensadas y puestas a madurar, no, esas palabras no fueron pensadas,
ni tenían que sazonar, emergían en aquel momento de su espíritu
como raíces que hubieran subido repentinamente a la superficie del
suelo, El trabajo proseguirá normalmente, dijo, satisfaré nuestros
compromisos en tanto me sea posible, sin más quejas ni protestas, y
cuando Marcial sea ascendido consideraré la situación, Considerará la
situación, preguntó Marta, qué quiere eso decir, Vista la imposibilidad
de mantener en funcionamiento la alfarería, la cierro y dejo de ser
suministrador del Centro, Muy bien, y de qué va a vivir luego, dónde,
cómo, con quién, picó Marta, Acompañaré a mi hija y a mi yerno a
vivir en el Centro, si todavía me quieren con ellos. La imprevista y
terminante declaración de Cipriano Algor tuvo efectos diferentes en la
hija y en el yerno. Marcial exclamó, Por fin, y abrazó con fuerza al
suegro, No puede imaginar la alegría que me da, dijo, era una espina
que traía clavada dentro. Marta miraba al padre, primero con
escepticismo, como quien no acaba de creer lo que oye, pero poco a
poco el rostro se le fue iluminando de comprensión, era el trabajo
servicial de la memoria trayéndole al recuerdo ciertas expresiones
populares corrientes, ciertos restos de lecturas clásicas, ciertas
imágenes tópicas, es verdad que no recordó todo lo que habría para
recordar, por ejemplo, quemar barcos, cortar puentes, cortar por lo
sano, cortar derecho, cortar amarras, cortar el mal de raíz, perdido por
diez perdido por cien, hombre perdido no quiere consejos, abandonar
ante la meta, están verdes no sirven, mejor pájaro en mano que ciento
volando, éstas y muchas más, y todas para decir una sola cosa, Lo que
no quiero es lo que no puedo, lo que no puedo es lo que no quiero.
Marta se aproximó al padre, le pasó la mano por la cara con un gesto
demorado y tierno, casi maternal, Será lo mejor, si es eso lo que
realmente desea, murmuró, no mostró más satisfacción que la
poquísima que palabras tan pobres, tan pedestres, serían capaces de
comunicar, pero tenía la seguridad de que el padre iba a comprender
que no las escogió por indiferencia, sino por respeto. Cipriano Algor
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