LA CAVERNA DE SARAMAGO Saramago, Jose - La caverna | Page 102
unos indefinidos sentimientos de cuya existencia ora se duda, ora se
cree, lo perturbaba, Hablo de Isaura Estudiosa, avanzó Marta como si
estuviese empujándose a sí misma a un baño de agua fría, Qué,
exclamó el padre, Pensé que si está interesado en ella, como a veces
me parece, llegar diciéndole que está esperando un nieto podría,
comprendo que es un escrúpulo absurdo, pero no pude evitarlo,
Podría, qué, No sé, hacerle caer en la cuenta, quizá hacerle notar que,
Que es imbécil y ridículo, Esas palabras son suyas, no mías, Dicho con
otros términos, el vejestorio viudo que andaba por ahí exhibiéndose,
echándole miradas tiernas a una mujer viuda como él, pero de las
jóvenes, y de pronto aparece la hija del vejestorio dándole la noticia de
que va a ser abuelo, que es como quien dice acaba con eso, tu tiempo
ya no da para más, limítate a pasear al nietito y a alzar las manos al
cielo por haber vivido tanto, Oh, padre, Será muy difícil que me
convenzas de que no había algo parecido a esto tras la decisión de
callarte lo que me deberías haber contado en seguida, Por lo menos,
no tuve mala intención, Sólo faltaba que la tuvieses, Le pido perdón,
murmuró Marta hundida, y el llanto regresó irreprimible. El padre le
pasó despacio las manos por el pelo, dijo, Déjalo, el tiempo es un
maestro de ceremonias que siempre acaba poniéndonos en el lugar
que nos compete, vamos avanzando, parando y retrocediendo según
sus órdenes, nuestro error es imaginar que podemos buscarle las
vueltas. Marta tomó la mano que se retiraba, la besó, apretándola con
fuerza contra los labios, Disculpe, disculpe, repetía, Cipriano Algor
quiso consolarla, pero las palabras que le salieron, Déjalo, en el fondo
nada tiene importancia, no fueron seguramente las más adecuadas
para su propósito. Salió a la explanada confundido por el inevitable
pensamiento de que había sido injusto con la hija, y, más todavía,
consciente de que acababa de decir de sí mismo sólo lo que hasta hoy
se había negado a admitir, que su tiempo de hombre llegaba a su fin,
que durante estos días la mujer llamada Isaura Estudiosa no había sido
sino una fantasía de su cabeza, un engaño voluntariamente aceptado,
una última invención del espíritu para consuelo de la triste carne, un
efecto abusivo de la desmayada luz crepuscular, un soplo efímero que
pasa y no deja rastro, la gota minúscula de lluvia que cae y en breve
se seca. El perro Encontrado notó que otra vez el dueño no estaba en
el mejor de los ánimos, todavía ayer, cuando fue a buscarlo al horno,
se extrañó de la expresión ausente de quien considera agradable
pensar en cosas que cuesta entender. Le tocó la mano con la nariz fría
y húmeda, alguien ya debería haber enseñado a este animal primitivo
a levantar la pata delantera como acaban siempre haciendo con
naturalidad los perros instruidos en preceptos sociales, además, no se
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