LA CASA DE LOS ESPÍRITUS ALLENDE ISABEL - La Casa De Los Espiritus.PDF | Page 99

La casa de los espíritus Isabel Allende naturaleza se había vuelto loca en ese lejano lugar del planeta, pero así y todo llegaron cargamentos de medicinas, frazadas, alimentos y materiales de construcción, que se perdieron en los misteriosos vericuetos de la administración pública, hasta el punto de que años después, todavía se podían comprar los guisos enlatados de Norteamérica y la leche en polvo de Europa al precio de refinados manjares en los almacenes exclusivos. Esteban Trueba pasó cuatro meses envuelto en vendas, tieso de tablillas, parches y garfios, en un atroz suplicio de picores e inmovilidad, devorado por la impaciencia. Su carácter empeoró hasta que nadie lo pudo soportar. Clara se quedó en el campo para cuidarlo y cuando se normalizaron las comunicaciones y se restauró el orden, enviaron a Blanca interna a su colegio, porque su madre no podía hacerse cargo de ella. En la capital, el terremoto sorprendió a la Nana en su cama y a pesar de que allí se sintió menos que en el Sur, igual la mató el susto. La gran casa de la esquina crujió como una nuez, se agrietaron sus paredes y la gran lámpara de lágrimas de cristal del comedor cayó con un clamor de mil campanas, haciéndose añicos. Aparte de eso, lo único grave fue la muerte de la Nana. Cuando pasó el terror del primer momento, los sirvientes se dieron cuenta que la anciana no había salido huyendo a la calle con los demás. Entraron a buscarla y la encontraron en su camastro, con los ojos desorbitados y el poco pelo que le quedaba erizado de pavor. En el caos de esos días, no pudieron darle un sepelio digno, como ella hubiera deseado, sino que tuvieron que enterrarla a toda prisa, sin discursos ni lágrimas. No asistió a su funeral ninguno de los numerosos hijos ajenos que ella con tanto amor crió. El terremoto marcó un cambio tan importante en la vida de la familia Trueba, que a partir de entonces dividieron los acontecimientos en antes y después de esa fecha. En Las Tres Marías, Pedro Segundo García volvió a asumir el cargo de administrador, ante la imposibilidad del patrón de moverse de su cama. Le tocó la tarea de organizar a los trabajadores, devolver la calma y reconstruir la ruina en que se había convertido la propiedad. Comenzaron por enterrar a sus muertos en el cementerio al pie del volcán, que milagrosamente se había salvado del río de lava que descendió por las laderas del cerro maldito. Las muevas tumbas dieron un aire festivo al humilde camposanto y plantaron hileras de abedules para que dieran sombra a los que visitaban a sus muertos. Reconstruyeron las casitas de ladrillo una por una, exactamente como eran antes, los establos, la lechería y el granero y volvieron a preparar 1a tierra para las siembras, agradecidos de que la lava y la ceniza hubieran caído para el otro lado, salvando la propiedad. Pedro Tercero tuvo que renunciar a sus paseos al pueblo, porque su padre lo requería a su lado. Lo secundaba de mal humor, haciéndole notar que se partían el lomo por volver a poner en pie la riqueza del patrón, pero que