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La casa de los espíritus
Isabel Allende
organismo humano no estaba hecho para resistir un desplazamiento a veinte
kilómetros por hora y que el nuevo ingrediente que llamaban gasolina podía inflamarse
y producir una reacción en cadena que acabaría con la ciudad. Hasta la Iglesia se
metió en el asunto. El padre Restrepo, que tenía a la familia Del Valle en la mira desde
el enojoso asunto de Clara en la misa del Jueves Santo, se constituyó en guardián de
las buenas costumbres e hizo oír su voz de Galicia contra los «amicis rerum novarum»,
amigos de las cosas nuevas, como esos aparatos satánicos que comparó con el carro
de fuego en que el profeta Elías desapareció en dirección al cielo. Pero Severo ignoró el
escándalo y al poco tiempo otros caballeros siguieron su ejemplo, hasta que el
espectáculo de los automóviles dejó de ser una novedad. Lo usó por más de diez años,
negándose a cambiar el modelo cuando la ciudad se llenó de carros modernos que
eran más eficientes y seguros, por la misma razón que su esposa no quiso eliminar a
los caballos de tiro hasta que murieron tranquilamente de vejez. El Sunbeam tenía
cortinas de encaje y dos floreros de cristal en los costados, donde Nívea mantenía
flores frescas, era todo forrado en madera pulida y en cuero ruso y sus piezas de
bronce eran brillantes como el oro. A pesar de su origen británico, fue bautizado con
un nombre indígena, Covadonga. Era perfecto, en verdad, excepto porque nunca le
funcionaron bien los frenos. Severo se enorgullecía de sus habilidades mecánicas. Lo
desarmó varias veces intentando arreglarlo y otras tantas se lo confió al Gran Cornudo,
un mecánico italiano que era el mejor del país. Le debía su apodo a una tragedia que
había ensombrecido su vida. Decían que su mujer, hastiada de ponerle cuernos sin que
él se diera por aludido, lo abandonó una noche tormentosa, pero antes de marcharse
ató unos cuernos de carnero que consiguió en la carnicería, en las puntas de la reja del
taller mecánico. Al día siguiente, cuando el italiano llegó a su trabajo, encontró un
corrillo de niños y vecinos burlándose de él. Aquel drama, sin embargo, no mermó en
nada su prestigio profesional, pero él tampoco pudo componer los frenos del
Covadonga. Severo optó por llevar una piedra grande en el automóvil y cuando
estacionaba en pendiente, un pasajero apretaba el freno de pie y el otro descendía
rápidamente y ponía la piedra por d