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La casa de los espíritus
Isabel Allende
La conspiración
Capítulo XII
Tal como había pronosticado el Candidato, los socialistas, aliados con el resto de los
partidos de izquierda, ganaron las elecciones presidenciales. El día de la votación
transcurrió sin incidentes en una luminosa mañana de septiembre. Los de siempre,
acostumbrados al poder desde tiempos inmemoriales, aunque en los últimos años
habían visto debilitarse mucho sus fuerzas, se prepararon para celebrar el triunfo con
semanas de anticipación. En las tiendas se terminaron los licores, en los mercados se
agotaron los mariscos frescos y las pastelerías trabajaron doble turno para satisfacer la
demanda de tortas y pasteles. En el Barrio Alto no se alarmaron al oír los resultados de
los cómputos parciales en las provincias, que favorecían a la izquierda, porque todo el
mundo sabía que los votos de la capital eran decisivos. El senador Trueba siguió la
votación desde la sede de su Partido, con perfecta calma y buen humor, riéndose con
petulancia cuando alguno de sus hombres se ponía nervioso por el avance
indisimulable del candidato de la oposición. En anticipación al triunfo, había roto su
duelo riguroso poniéndose una rosa roja en el ojal de la chaqueta. Lo entrevistaron por
televisión y todo el país pudo escucharlo: «Ganaremos los de siempre», dijo
soberbiamente, y luego invitó a brindar por el «defensor de la democracia».
En la gran casa de la esquina, Blanca, Alba y los empleados estaban frente al
televisor, sorbiendo té, comiendo tostadas y anotando los resultados para seguir de
cerca la carrera final, cuando vieron aparecer al abuelo en la pantalla, más anciano y
testarudo que nunca.
-Le va a dar un yeyo -dijo Alba-. Porque esta vez van a ganar los otros.
Pronto fue evidente para todos que sólo un milagro cambiaría el resultado que se iba
perfilando a lo largo de todo el día. En las señoriales residencias blancas, azules y
amarillas del Barrio Alto, comenzaron a cerrar las persianas, a trancar las puertas y a
retirar apresuradamente las banderas y los retratos de su candidato, que se habían
anticipado a poner en los balcones. Entretanto, de las poblaciones marginales y de los
barrios obreros salieron a la calle familias enteras, padres, niños, abuelos, con su ropa
de domingo, marchando alegremente en dirección al centro. Llevaban radios portátiles
para oír los últimos resultados. En el Barrio Alto, algunos estudiantes, inflamados de
idealismo, hicieron una morisqueta a sus parientes congregados alrededor del televisor
con expresión fúnebre, y se volcaron también a la calle. De los cordones industriales
llegaron los trabajadores en ordenadas columnas, con los puños en alto, cantando los
versos de la campaña. En el centro se juntaron todos, gritando como un solo hombre
que el pueblo unido jamás será vencido. Sacaron pañuelos blancos y esperaron. A
medianoche se supo que había ganado la izquierda. En un abrir y cerrar de ojos, los
grupos dispersos se engrosaron, se hincharon, se extendieron y las calles se llenaron
de gente eufórica que saltaba, gritaba, se abrazaba y reía. Prendieron antorchas y