LA CASA DE LAS DOS PALMAS la casa de las dos palmas | Page 32
rincones... (89) Es sencillo, habla de su pasado, de sus amigas, les dedica, agradecido, figuras de madera.
Labra una serie de Profetas, la Biblia es su libro. Sus palabras tienen el poder de crear: “Vieron el humo,
vieron el volcán, vieron el silencio. Después Efrén Herreros habló del campo, y Zoraida creía que esas
palabras olían a yerba recién cortada, a musgo bajo los árboles, a oración en la tarde, a lluvia sobre un río
tranquilo. Y sintió ganas de salir, e invitó inclusive a los niños”. (90) El maestro Bastidas será el creador de
los pumas de piedra. De ellos escaparán animales vivos, parte de la leyenda como la paloma de cera negra
moldeada por Zoraida.
Personas buenas transitan por ese libro: Monseñor Pedro José Herreros, jovial, con sentido del
humor, un gusto por el lujo eclesiástico, cierta inocencia que desencadenará una avalancha de locos,
vagabundos, avivatos - una Corte de los Milagros -. Morirá en la ley de Dios pero no en la del Padre Tobón,
mezquino, arribista, intrigante. Juancho López se modificará también, nadie es completamente malo.
Reflexiona : “Ya matar no era una venganza, matar sería en alguna forma el suicidio, la crueldad sin amo: la
vida debería ganar, de cualquier modo”. (91) Hace pensar en el forastero de El día señalado quien opta por
el perdón.
Este libro es de reflexión: sobre la vida en la cual nos debatimos, sobre la bondad, la generosidad, el
perdón- única vía para salvarnos- la necesidad de no perder los sueños, la imaginación, los sentidos, el
amor; lo absurdo de la guerra, la angustia de la soledad que nos acompaña como una pequeña muerte
diaria, el recuerdo y la dificultad de olvidar; la importancia de la música, de la tertulia, de la amistad. Manuel
Mejía Vallejo anda siempre con palabras nuevas para no aburrirse, la copla siempre cercana: “Lo importante
es la canción”.
Pero también la muerte. La Casa de las dos Palmas es el testamento de Efrén Herreros, del hombre
maduro que no puede irse sin repasar lo que fue su vida. El capítulo XXV es de enseñanza. Un
agradecimiento hondo para su amor tardío, un amor sin traiciones que contrasta con el de Claudia en La
sombra de tu paso, la importancia de la casa para “saberse parte del mundo, ser habitante de su dignidad.
Era no sentirse extranjero, el punto de referencia, el punto de apoyo de la vieja raza humana”. (92) Los hijos
y el sufrimiento por ellos, por sus locuras, sus rebeldías, su dolor; la angustia de no dejar todo arreglado - el
hombre es remordimiento incesante - la muerte, separación y silencio: “No poder atestiguar las cosas sería el
otro lado de la muerte, el que llama y ejecuta, el del grito clausurado, el elegido por los siglos de los siglos”.
(93) El balance “... de todas maneras la vida había sido un buen asunto”. (94) Cuando lo creemos muerto