LA CASA DE LAS DOS PALMAS la casa de las dos palmas | Page 3
suyos: no refleja solamente, está vivo y lo que se ve en él es un viacrucis en el cual el escritor ha dejado algo
de su vida, de su sangre.
¿Cómo empieza un escritor de veinte años? ¿De qué materiales dispone? De su infancia, de su
adolescencia. Ha observado lo cotidiano a poca distancia, se ha lanzado al agua para ver si sale a la otra
orilla. A veces se ahoga. Si no, afirma su confianza, se sentirá capaz de escribir un próximo libro.
La tierra éramos nosotros (2) es el atrevimiento de los veinte años. Escribe a escondidas, guarda el
manuscrito en el cajón del escritorio, justifica un orgullo secreto: “Soy capaz pero nadie lo sabe”. Siente
también temor, inseguridad, presiente un juicio infernal que perseguirá cada obra.
La carátula del libro, dibujada por el autor, se tiñe del color sepia de las fotografías antiguas. Doña
Rosana, su madre, siembra un árbol: una mujer fuerte, el trazo es firme; un mayordomo pensativo, el guarniel
terciado, el poncho al hombro podría ser Abraham. El dibujante está ahí, no se pierde en detalles, sólo queda
lo esencial, cierta adustez del rostro, la edad cargada en los hombros. Sobriedad de sus futuros dibujos,
especialmente de los que ilustrarán el libro de poemas Memoria del olvido (3) Una “advertencia inútil”, ironía
del contraste, precedió la edición siguiente. (4) Es la mirada de un hombre de treinta y ocho años sobre su
obra escrita a los veinte. Es dura la crítica: “En ella transcribí con juvenil fidelidad unos cuantos destinos...”.
“Fue escrita con peligrosa fluidez”. André Maurois, prologuista de Jean Santeuil (5) de Marcel Proust, texto
anterior a la obra En busca del tiempo perdido , cita unos apartes de una carta del escritor a Marie
Nordlinger: “Escribo al galope, tengo tanto que decir”. No pueden detenerse. Como los caballeros, hacen sus
primeras armas con la infancia, la adolescencia, el doloroso contacto de la vida, sus injusticias, su violencia,
la observación de los defectos ajenos, los enfrentamientos, la superación, el valor de seguir, la duda, la
desesperación. Sorprendidos, evalúan la elasticidad de sus recuerdos y cómo se convocan unos a otros
mediante analogías secretas.
¿Por qué sintió Manuel Mejía Vallejo la necesidad de escribir? ¿Tuvo la intuición de tener el talento
para contar y la voluntad de intentarlo? Recuerda haber asistido a una función de cine, daban una película de
vaqueros. ¿De qué tratan siempre? De la tierra, de su posesión, de su pérdida, de su apego a ella: ahí se
nació, se trabajó, se cuidaron animales, se pasaron privaciones. Esas películas son trágicas, la injusticia de
las situaciones duele. En general son de pocas palabras, sobrias. Entonces Manuel Mejía Vallejo compró
cuadernos, se fue a un café, se sentó y recordó. S in embargo ese primer libro no es tan cinematográfico