LA CASA DE LAS DOS PALMAS la casa de las dos palmas | Page 23
imágenes que le llegaban como pájaros, con la sencillez del agua”. (61) Monotonía de esos muchachos de
vanguardia como si fueran generaciones viejas. Barba-Jacob, León de Greiff, José Manuel Arango, Oscar
Hernández, Artaud, Kavafis, Silvia Plath, Emily Dickinson, la música de boleros, la voz de Leonardo Favio, los
cuadros de Botero, Obregón, Leonel Estrada, los “intaglios” de Omar Rayos, Justo Arosemena, las esculturas
de Edgar Negret mejoran los días. Viene a la memoria el libro de ensayos Hojas de papel (62). Fueron
escritos entre 1962 y 1983. Kurt Levy y su trabajo sobre Tomás Carrasquilla, Fernando González, Ciro
Mendía, El Vate González, El Mono Villa, Hernando Rivera Jaramillo, Carlos Castro Saavedra, Barba-Jacob,
Rogelio Echavarría, Oscar Hernández están ahí, vivos para siempre. Otro grupo, todavía a su lado, es el de
los amigos: Miguel Escobar, Alicia, Eduardo Peláez, Juan Luis Mejía y los de Cali: Humberto Valverde,
Fernando Cruz Kronfly, Alberto Bejarano entre otros. Es un libro melancólico, de afectos y cosas idas hacia la
Isla del Olvido. Es también de remordimiento. Es difícil ser justo en su momento.
El diseño es original: una copla encabeza cada capítulo, sigue un corto diálogo de Bernardo y
Claudia, el mundo hermético de los enamorados. La relación es de juego para conjurar el aburrimiento. Juego
poético donde intervienen los sueños. Claudia es la Dama, Bernardo su caballero. Pero no tienen la suerte de
los héroes medievales. Sobreviven a su historia. Celos, traiciones, mala fe de los amigos los separan. Claudia
es una persona secreta, sus regalos son simbólicos: un mapamundi para regresar a la Atlántida, una bomba
con luz de estrellas toda mágica, una planta de hojas anchas que crece al ritmo del amor y también del
olvido. Las memorias son re-inventadas, frescas al principio, melancólicas al final. Bernardo nunca estuvo tan
cerca de su creador: el asma, el oficio de labrar muñecos “...como hacer novelas con navaja”, el apartamento
de la calle Perú, Ziruma, Balandú “país de la niebla”. Cuando Claudia abre la puerta, da a las calles de
Medellín, ciudad de “libertad y estrechez, gente y retraimiento”. Ha sido siempre de contrastes. Está ahí con
toda su fuerza: su olor, sus pregones, los jóvenes de quena, tiple, flauta y caramillo, las plazoletas, El
Guanábano, las heladerías, El Astor, Junín y su venta de flores. Después de la lectura un extranjero podría
pasear por la ciudad, llegar a la Basílica, escuchar el órgano, guiarse por un vuelo de palomas y verificar
también las remodelaciones que afean y uniforman. El cambio se siente como el derrumbe paralelo al de una
sociedad gastada. Ese libro es curiosamente de un moralista. De un enamorado que inventa cada día su
amor, los juegos, la declinación de la palabra “Cl