Esta vez Sarayu hizo una pausa antes de contestar:
-Ustedes, los seres humanos, son tan pequeños a sus propios ojos... En verdad igno-
ran su lugar en la creación. Habiendo elegido el ruinoso camino de la independencia, ni
siquiera comprenden que arrastran consigo a toda la creación.
Sacudió la cabeza, y el viento suspiró en los árboles cercanos.
-Esto es muy triste; pero las cosas no serán así para siempre.
Disfrutaron de unos momentos de silencio mientras Mack volteaba hacia las diversas
plantas que podía ver desde donde se encontraban.
-¿Así que en este jardín hay plantas venenosas? -preguntó.
-¡Oh, sí! -exclamó Sarayu-. Están entre mis favoritas. Incluso, algunas son peligrosas al
tacto, como esta.
Tendió la mano a un arbusto cercano y trozó algo que parecía una vara muerta con
apenas unas cuantas hojitas brotando del tallo. Se la dio a Mack, quien levantó ambas
manos para no tocarla.
Sarayu se rió.
-Aquí estoy, Mack. Hay veces que no es riesgoso tocar, y veces en las que deben to-
marse precauciones. Esta es la maravilla y aventura de la exploración, una parte de lo
que ustedes llaman ciencia: discernir y descubrir lo que nosotros hemos ocultado para
que lo encuentren.
-¿Entonces por qué lo ocultaron? -inquirió Mack.
-¿Por qué a los niños les gusta esconderse y buscar? Pregúntale a cualquier apasio-
nado de la exploración, el descubrimiento y la creación. La decisión de ocultarles tantas
maravillas es un acto de amor, un don en el proceso de la vida.
Mack estiró cautelosamente el brazo y tomó la varita venenosa.
-Si no me hubieras dicho que no era riesgoso tocar, ¿me habría envenenado?
-¡Desde luego que sí! Pero si te instruyo tocar, es distinto. Para todo ser creado, la au-
tonomía es locura. La libertad implica confianza y obediencia en una relación de amor.
Así, si no oyes mi voz, sería prudente que dedicaras tiempo a comprender la naturaleza
de la planta.
-Entonces, ¿por qué crear siquiera plantas venenosas? -indagó Mack, devolviendo la
varita.