-Mackenzie -ella apuntó directamente al increíble manchón amarillo y púrpura-, me gus-
taría que me ayudaras a desbrozar este solar. Hay algo muy especial que deseo plan-
tar aquí mañana, y debemos dejarlo listo.
Miró a Mack y tomó la guadaña.
-¿Hablas en serio? Esto es precioso, y está en un lugar tan apartado...
Pero Sarayu no pareció prestar atención. Sin mayor explicación, volteó y empezó a
destruir aquel artístico despliegue de flores. Cortaba de tajo, al parecer sin ningún es-
fuerzo.
Mack se encogió de hombros, se puso los guantes y empezó a barrer y reunir en mon-
tones los destrozos que ella hacía. Se esmeraba en no retrasarse. Aquello podía no re-
presentar un esfuerzo para ella, pero para él era trabajo. Veinte minutos después, todas
las plantas estaban cortadas hasta la raíz, y el terreno parecía una herida en un jardín.
Los antebrazos de Mack lucían cortadas de las ramas que había apilado a un lado. Es-
taba sin aliento y sudoroso, contento de haber terminado. Sarayu recorrió el terreno,
examinando la labor de ambos.
-¿No es estimulante? -preguntó.
-Por supuesto que lo fue -replicó Mack con sarcasmo.
-Oh, Mackenzie, si supieras... No es el trabajo, sino el propósito, lo que lo vuelve espe-
cial. Y -le dijo, sonriendo- es el único tipo de trabajo que hago.
Mack se apoyó en su rastrillo, miró el jardín a su alrededor, y luego los rojos verdugo-
nes de sus brazos.
-Sarayu, sé que eres el Creador, ¿pero también hiciste las plantas venenosas, las orti-
gas urticantes y los mosquitos?
-Mackenzie -respondió ella, que parecía moverse con la brisa-, un ser creado sólo pue-
de tomar lo que ya existe, y a partir de eso formar algo diferente.
-Así que estás diciendo que tú...
-...creé todo lo que realmente existe, incluido lo que tú consideras malo -terminó Sarayu
por él-. Pero cuando lo creé, era sólo bueno, porque eso es lo que yo soy.
Pareció ondular casi en una reverencia antes de reanudar su tarea.
-Pero -continuó Mack, insatisfecho-, ¿por qué tanto de lo "bueno" tiene que volverse
"malo"?