-Eso era lo que yo creía. ¿No siempre andas matando gente en la Biblia? No pareces
cumplir ese requisito.
-Comprendo lo desorientador que todo esto debe ser para ti, Mack. Pero el único que
está fingiendo aquí eres tú. Yo soy quien soy. No intento cumplir ningún requisito.
-Pero me pides creer que eres Dios, y sencillamente no veo...
Mack no tenía idea de cómo terminar esta frase, así que se dio por vencido.
-No te estoy pidiendo que creas nada, aunque te diré que este día te va a ser mucho
más fácil si simplemente aceptas las cosas tal como son, en vez de tratar de ajustarías
a tus nociones preconcebidas.
-Pero si eres Dios, ¿acaso no eres Quien desborda ira y arroja a la gente a un ardiente
lago de fuego?
Mack sintió que su profundo enojo emergía de nuevo y lo empujaba a hacer esas pre-
guntas, y le disgustó un poco su falta de autocontrol. Pero de todas maneras preguntó:
-Honestamente, ¿no gozas castigando a todos los que te defraudan?
Ante eso, Papá dejó sus preparativos y se volvió hacia Mack. El vio una honda tristeza
en sus ojos.
-No soy como tú crees, Mackenzie. No necesito castigar a las personas por haber pe-
cado. El pecado lleva en sí mismo su castigo, al devorarte por adentro. Castigar no es
mi propósito; curar es mi alegría.
-No entiendo.
-Tienes razón. No entiendes -dijo ella, con una triste sonrisa aún en las orillas-. Pero no
hemos terminado todavía.
Justo en ese momento, Jesús y Sarayu entraron riendo por la puerta trase